31 de enero de 2009

El viento y la espera

viento que derramas cada noche
botín de la lúcida batalla
algún aroma calla en tu cabello
amor, distraído niño
tropieza con sus propios juegos

lado flaco del pie bajo la arena
lomo gris del desierto vigilante
aguardo tu voz entre las dunas
cada noche llega zigzagueando
promesa de mar
bruma de espera

13 de enero de 2009

El regreso del lapicero azul

En ocasiones, los profesores de redacción en las universidades establecemos un severo silencio entre nosotros y los alumnos al corregir sus evaluaciones con anotaciones agrestes, tales como “¡pésimo!” o “¡muy mal!”, tan categóricas en su propia formulación que excluyen la réplica. El alumno entiende que su texto no solo contiene errores que tendrá que adivinar tras esas inscripciones, sino que es especialmente desagradable a nuestros ojos. Esta situación puede producir un cortocircuito difícil de reparar.

De acuerdo con algunos colegas, dichas notas pueden atizar la ambición por tener un mejor desempeño en la siguiente evaluación. No obstante, creo que puede funcionar con ciertos estudiantes, mas no con un porcentaje respetable. Cada uno de ellos tiene una personalidad particular y algunos no podrán transformar la frustración en energía, porque se trata de un delicado proceso en el que se ven implicados factores como el desarrollo emocional, la experiencia y la capacidad de trabajar bajo presión.

Oigo la voz de amigos docentes: «practicar la psicología corresponde a la escuela, donde las dificultades en el estudio ya deben haber sido tratadas para que el alumno se maneje con eficiencia en la universidad». Sin embargo, me queda una objeción contra estas apostillas. Hace poco rendí una evaluación escrita, en la cual tuve que luchar duramente para lograr una adecuada organización de las ideas en mi respuesta, precisamente, un tema cardinal del curso que enseño.

Fui evaluado en un nivel de exigencia más alto, pero me enfrenté a uno de los principales retos de un examen, que los jóvenes a quienes instruyo también tienen que sortear. Esta experiencia me ha permitido identificar algunos puntos en los que debo trabajar para mejorar mi propia redacción.

Siendo profesores, nuestros conocimientos, estrategias y habilidades están en constante formación, enriquecimiento y, ocasionalmente, evaluación; es decir, aún somos alumnos. En este camino, aprendemos de nuevos errores y desafíos; por ello, debemos reconocer que la corrección de un examen es una oportunidad idónea para alcanzar al alumno las indicaciones precisas para mejorar sus textos, un espacio fértil para enseñar.

En conclusión, nuestras anotaciones deben ser claras, mas no agresivas. No estoy sugiriendo la suavidad al momento de calificar: la cortesía no suprime la coherencia al determinar la nota. Solo nos invito a propiciar un diálogo más abierto con nuestros estudiantes, quienes inician la senda por la cual aún marchamos. Usemos con prudencia el lapicero rojo y no olvidemos al lapicero azul, maestro que compartimos con los alumnos, que nos enseña tanto como nos equivocamos empleándolo.

3 de enero de 2009

Disfraces

Eduardo es afroperuano, se está iniciando como cantante de hip-hop, viste a la manera de los músicos de ese género y cree en la necesidad de "crear disturbio". Ayer contó un episodio que le ocurrió en una fiesta en Cusco: luego de darle la mano, los otros jóvenes se recomendaban revisar si aún conservaban los cinco dedos. Eduardo "chancó" a dos de ellos para que dejaran de molestarlo. El racismo es un "todos contra todos" en el que los triunfos son efímeros y los perdedores tendrán su revancha, como el fútbol.

De hecho, el fútbol es un espacio donde el racismo se explaya con mayor libertad. Yo aprendí a ser hincha de Universitario de Deportes mientras jugaba en las calles de La Victoria, donde vivía mi abuela, distrito plenamente identificado con el clásico rival, Alianza Lima. Mientras corría en una vieja quinta, asimilé el primer axioma de mi corta edad: los blancos (o los que parecíamos blancos) éramos de la U, mientras que los negros (con todas sus variantes) eran de Alianza.

Los de la “U” éramos guerreros, ganadores, orgullosos; los de Alianza, flojos, con pinta de "choros", pobres. Había que cuidarse, pues cualquiera podía cruzar esa fina cuerda y contaminarse. Aquellas veredas fueron arduas para mi adolescencia, pues tenía miedo de que me roben y me golpeen, y me perturbaba el color de la piel de la gente que andaba a mi lado. Intentaba pasar desapercibido: un chiquillo blanquiñoso era presa fácil.

Julio Ramón Ribeyro también fue hincha de la “U” y escribió uno de los cuentos peruanos más representativos de nuestra cultura: Alienación. En un clásico artículo (“Apología de Bob López”. Ius et veritas 11 (noviembre 1995): 189-208.), Guillermo Nugent revindicó el derecho del protagonista de dicho relato a vestirse y convertirse en quien le parezca mejor. Asimismo, señaló que la mirada que ve en él a un "alienado" es un síntoma del racismo que pervive en el narrador-personaje y quizás en los lectores: los ojos de la fiera enjaulada que perciben la realidad dividida por barrotes de hierro.

Pienso en cómo el color de mi piel ha influido en la construcción de mi identidad y mi manera de experimentar la vida. Hasta hoy, ser más blanco que mis padres me ha generado cierto placer frente al espejo, junto a un sentimiento de culpa oscuro, pegajoso. Mientras jugaba en el barrio de mi abuela, aprendía a sentirme superior y amenazado. A pesar de mis estudios y mis reflexiones sobre el tema, aún me cuesta trabajo distanciarme del miedo, neutralizar la soberbia, para ver las cosas con claridad.

Mi abuela se ha mudado a un barrio más tranquilo y me ha pedido que lleve un encargo para un amigo de la familia que aún reside en La Victoria. Al volver a esas calles, percibo el temor de años atrás, aquel temblor en los ojos y mi cabeza empezando a inclinarse. Con esfuerzo alzo la frente, paseo la mirada y sigo caminando.

1 de enero de 2009

¿Para qué literatura?

Hace algunos años inicié mi búsqueda de sensaciones y placeres en los libros, soñando con ser escritor de novelas y poemas. En el camino encontré tantas cosas ... el calor en la palma de la mano (Los ríos profundos), los ojos de las niñas tras las paredes (El proceso), el vidrio estallando en la nada (La ciudad y los perros), el fino ardor en la garganta y la conciencia (Carta a una señorita en París), las ásperas figuras en la piedra (La Comedia), la piel de las uvas (Poema V), el hedor de la joven bajo las moscas (El zorro de arriba y el zorro de abajo), el rosa desapareciendo en las paredes (Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto).

Hoy me sigo preguntando: ¿deseo realmente dedicarme a la literatura? Intuyo que la respuesta no está solo en aquel sueño adolescente de ser escritor en una casa de madera frente al mar de cualquier playa. Tampoco en la luna llena de la playa real, en las noches en vela de mis dieciséis años. Ni en el vino en las copas de mis compañeros de facultad bebiendo añejos poemas de Neruda, o en los rincones de la habitación mimetizados con los jardines de Borges.

Tal vez intento justificar un oficio que, en diversas ocasiones, con la palabra o con el arco de una ceja, ha sido calificado de frívolo e inútil, pero que, en realidad, es enormemente restaurador y luminoso. En la fría noche de la duda, en el invierno infernal de la culpa, en el discurso de la plaza pública, la literatura no corta en dos las mentiras ni revela las verdades irrefutables. No es el final, tampoco la ruta: es el bastón del ciego, el guía entre senderos nuevos y conocidos.

La escritora estadounidense Susan Sontag, en su discurso de agradecimiento al recibir el premio Príncipe de Asturias, afirmó que «Las actividades literarias (la escritura, la lectura, la enseñanza) son una vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple carrera, una profesión, que se sujeta a las nociones comunes de "éxito" y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje» (Tomado de: http://www.elortiba.org/sontag.html#Los_valores_de_la_literatura_ Visita del 01.01.2009).

Abrir caminos para encontrarnos con los demás. Con sus manos, sus miradas, sus palabras. Y en ese contacto, toparme conmigo, mis temores, ignorancia y esperanzas. Así concibo y me concibe la literatura.