25 de julio de 2009

La tragedia renovada en «La trama» (El Hacedor, 1960), de Jorge Luis Borges

Este breve artículo nació a partir de una reflexión personal y las conversaciones con algunos colegas acerca de las preguntas planteadas durante el proceso de selección de jefes de prácticas para el semestre 2009-1 del curso de Narrativa en Estudios Generales Letras en la PUCP. Las notas sobre las teorías de Girard me fueron recomendadas por Javier Muñoz.

Dos tópicos borgianos

Jorge Luis Borges adapta el género fantástico en la narrativa a sus propios contenidos. Así, por ejemplo, consolida un estilo de cuentos disfrazados de policiales o reflexiones literario-filosóficas cuya resolución no consiste en la develación del secreto que, de forma racional, desestime las posibilidades inverosímiles o establezca la verdad sobre las realidades tratadas. Por el contrario, la solución aparente es atacada de maneras muy sutiles de modo que, antes de ser refutada por otro argumento, se desequilibre la base de la racionalidad con la que los personajes y los lectores llegan a ella. Esto lo expone bellamente Susana Reisz en su artículo «Borges: teoría y praxis de la ficción fantástica. A propósito de “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”».

Efectivamente, entre aquel cuento y el que nos convoca hoy, existen varias similitudes. En realidad, «La Trama», publicado en El Hacedor (1960), es una reflexión sobre los postulados de la poética borgiana y una exposición minimalista de los recursos literarios mediante los cuales esta se realiza. Este texto se viste de un comentario literario. Las citas a Shakespeare y a Quevedo tienen este objetivo, al igual que la frase en el segundo episodio: «estas palabras hay que oírlas, no leerlas» que aluden al proyecto de Hernández de construir el discurso del gaucho directamente, en forma de canto, en el Martín Fierro. Esta última frase también se conecta con la alusión al género trágico que comentaré en párrafos posteriores. De esta manera, Borges resalta e insiste en la literaturidad-ficcionalidad (Reisz 1981, 36) de sus textos. Con el mismo sentido avanza el título.

El otro recurso se lleva a cabo con el manejo del lenguaje. Consiste en usar la solemnidad de las palabras típicas de géneros altivos como la tragedia o la épica en contraste con la ominosa cotidianeidad de los hechos narrados, así como algunas intervenciones coloquiales. Esto se puede ver en «Abenjacán... ». Un eco de ese cuento es el uso del adjetivo lento en su significado antiguo en latín: «“distentido”, despreocupado”» (Reisz, 1981, 38). En este caso, se produce un oxímoron muy sugerente: «con tranquila sorpresa». Efectivamente, si se trata de un hecho que se repite ad infinitum, el asesinato del gaucho mayor no puede producir verdadera sorpresa.

En cuanto a lo temático, se puede destacar dos principales tópicos borgianos desarrollados en este cuento: la circularidad del tiempo y la indeterminación del concepto mismo de la identidad. La repetición de los hechos que le sucedieron a César, luego al gaucho y, en el futuro, a los personajes que vuelvan a sufrirlos en cuentos posteriores, se explica en base a una concepción de la realidad diferente a la linealidad del tiempo occidental moderno. El principio de la circularidad del tiempo, en el cual somos como personajes que repetimos las «tramas» de nuestros predecesores, es un tema bastante trabajado en la obra borgiana, y tiene sus raíces en tradiciones culturales distintas a la occidental.

Esta repetición circular, aunada a la desrealización a la que son sometidos los personajes y los acontecimientos, conduce al lector al siguiente punto temático: la indeterminación de las identidades. En varios cuentos de Borges, se sostiene un postulado varias veces calificado de intolerable dentro de los mismos: los seres humanos somos uno solo. El destino del hombre es repetir las sensaciones, sentimientos, pasiones, cóleras y decisiones que otro ya realizó, y prefigurar las de algún otro que está por nacer. Tremenda incoherencia desde el punto de vista occidental se basa en Nietzsche, una larga tradición teológica y filosófica en Occidente, y también en la mitología oriental. El propio Borges reflexiona sobre este punto en los textos reunidos en «Historia de la Eternidad» (1936).

Ahora bien, repetir historias que otros vivieron desestima los rasgos particulares de los personajes del texto. Aun más, presentar en paralelo los dos episodios, entre los cuales podría intercambiarse los acontecimientos sin que los respectivos resultados cambien, borra los rostros de los actores y los devuelve a su condición de actantes. Mejor dicho, de un solo actante de una misma fábula. Esta digresión narratológica conducen vertiginosamente al lector a percibir el sustrato íntimo del texto: Edipo, el hijo asesino de su padre. Y a una reflexión metaliteraria radical: solo hay algunos temas de los cuales se puede tratar en un cuento, y los creadores ya los han agotado todos, de modo que se dedican a repetirlos.

La re-actualización de la tragedia

Rene Girard reflexiona sobre la relación entre los mitos y la tragedia griega en su libro «La violencia y lo sagrado». En los relatos míticos, la muerte violenta de un personaje, calificado como el «chivo expiatorio», simboliza y ejecuta en sí misma la expiación de los males de la comunidad. En este individuo, se concentra el mal, de modo que, con el derramamiento de su sangre, se purifica el mundo. No obstante, Girard apunta que los relatos tradicionales griegos, como el de Edipo, por ejemplo, dejan de tener esta calidad ritual cuando se transponen a la Tragedia, cuyo nacimiento coincide con el reemplazo de las formas de sanción tradicionales de la tribu en la antigua Grecia, para dar lugar al sistema de la civilización regido por los códigos de justicia y sus instituciones administradoras.

En la Tragedia, dice Girard, ocurre siempre un «desciframiento parcial de los motivos míticos». Los delitos cometidos por los antiguos personajes del mito se convierten en errores trágicos que cualquier persona podría cometer, de modo que «todos los personajes se reducen a la identidad de una misma violencia». De ahí que las tragedias sean tan espectaculares cuando los errores son cometidos por varios personajes y el destino trágico persigue a todos ellos. Así, se termina de quebrar la figura del «chivo expiatorio» y la sospecha del mal se desconcentra, se derrama entre los demás personajes.

Asimismo, la tragedia subsume el contenido del mito, pero la escena y los participantes ya no son los mismos. Los asistentes a los blancos anfiteatros ya no ejecutan el asesinato ritual de un individuo, que carga sobre sí la culpa de todos, con la satisfacción de que se elimine el mal de su comunidad. Las sanciones tienen ya su lugar y su momento, y las ejecutan las instituciones encargadas, verificando la culpabilidad del individuo y castigándolo por su responsabilidad individual. Ahora, tienen una posición de espectadores y lo que ven en las puestas es arte, un artificio paralelo a la realidad.

Entonces, se produce la catarsis en la audiencia, un sentimiento no solo de sufrimiento y piedad ante las terribles escenas, sino también de alivio, gracias a esa distancia que Aristóteles describe en su «Poética». No obstante, se trata de un alivio momentáneo, contagiado de la fugacidad y ficcionalidad de la obra artística. El espectador griego sale del teatro tras experimentarlo, pero sabe que el mal no se ha agotado en aquel espacio ficcional de la puesta en escena.

El cuento de Borges reflexiona dinámicamente con la Tragedia, aunque da un paso más, que manifiesta su conocimiento de la transformación del mito que esta efectúa, y logra re-actualizarla. La carga con sus propios temas, temas contemporáneos, para que los lectores dejemos de observarla como una bella pieza antigua de museo y descubramos que nos puede volver a conmover.

En primer lugar, está clara la tragedia de César, quien es el padre simbólico de Marco Bruto y se ve reflejado en él, de modo paralelo a lo que ocurre con el gaucho y su ahijado. Si César es Bruto y el gaucho es su protegido, la tragedia del hombre es asesinarse a sí mismo. Esta contradicción se sobre el principio de un tiempo circular que disuelve las diferencias entre los hombres.

En segundo lugar, podemos afirmar que tanto el César de Shakespeare como el de Quevedo son el mismo hombre que el gaucho moribundo, e iguales son sus patéticos reclamos, cuyas «palabras hay que oírlas, no leerlas», como desde las gradas del anfiteatro. Con este recurso anti-racional, se completa la perfección del horror que Borges imprime a la historia trágica: todos somos Edipo. De hecho, el psicoanálisis había consolidado sus reflexiones sobre el tema para el momento en que se escribía «La trama» y esta estremecedora conclusión es solo una de sus repercusiones principales.

El destino, entonces, marcaría a los hombres debido a sus pulsiones más íntimas y a su propia condición humana. Debido a que ambos son factores comunes a todas las personas, su destino es idéntico. Aceptando ello, todas las personas son una misma persona. Como en «Abenjacán...», la capacidad de ser es absoluta y, al mismo tiempo, ninguna. La máscara es el verdadero rostro y la muerte, un anécdota, un acontecimiento no funcional, irrelevante, en la trama de la Historia Universal. El hombre se renueva constantemente, precisamente porque es el hombre, no los hombres.

Los espejos infinitos de la creación literaria

La frase conectiva «para que», ubicada en el inicio y al final del cuento, no solo concretiza en el lenguaje del texto la circularidad de los acontecimientos narrados. Aunada a los esfuerzos ya mencionados para enfatizar la literaturidad-ficcionalidad de lo narrado, resalta otro tópico: el proceso de creación literaria. Efectivamente, si los personajes sufren y mueren «para que se repita una escena», no solo se afirma la repetición de la fábula en diferentes historias, sino también la repetición del acto de repetir la fábula en diferentes historias.

Este es otro elemento importante en la narrativa borgiana, que Reisz subraya en «Abenjacán...»: el narrador se convierte en el verdadero sujeto de la historia. «Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías», dice nuestro texto, atribuyendo al hado la sucesión de los episodios. Pero vemos que los personajes no solo están en las redes del destino. Además, existen para el arte y el placer del escritor, que se identifica con el autor del texto literario. Pero si este ha citado a Shakespeare, Quevedo y Sarmiento, y afirma que en un futuro la escena que acaba de contar se repetirá, ello significa que habrá otro autor que recoja esta historia y la vuelva a escribir, con distintas palabras, quizás, pero con los ecos inevitables de la suya y de todas las anteriores.

De este modo, el autor queda imbricado en un similar destino al de sus personajes: él no está escribiendo la historia, sólo la recoge. No crea; más bien, recuerda. No es el verdadero autor del cuento, es solo un amanuense que lo copia y lo ilustra. Como en el soñador-creador de «Las ruinas circulares» (Ficciones, 1944), su acto es el mismo que el de Shakespeare y el de Quevedo, y su ingenio es un evento más en la conciencia de aquel (alguno, indeterminado) hacedor verdadero. Sus palabras ya las escribió o dijo alguien antes, y otro las citará de nuevo en el futuro. El autor es solo el eco de la voz de otro, el reflejo del hombre hermoso, no su rostro. Esta es la forma en que se hace literatura, de acuerdo con la ironía de Borges: crear ficciones sobre ficciones. En el artículo siguiente retomaré este tema y lo ampliaré a propósito de «La otra muerte» (El Aleph, 1949).

Bibliografía

Reisz, Susana. «Borges: teoría y praxis de la ficción fantástica; a propósito de “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”». Lima: PUCP, 1981
Girard, René. «La violencia y lo sagrado». Barcelona: Anagrama, 1998.
Aristóteles. «Poética» Madrid: Alianza Editorial, 2004.

24 de julio de 2009

El partido de revancha

Amagarle a la niña en scooter; correr fuerte, rápido. ¿Cómo podría mandar el pase? ¿Entre qué esquinas? Entre el perro y la canasta de la tía, entre el poste y el montículo de arena gruesa, debajo de ese auto o por encima. Despierta, estás en la calle. Aún no viene tu combi, pero la gente observa, ríe, come pequeños panes a 8 por un sol, ansiosa, pasajera. Si la pelota viniera por los aires, ¿cómo la recibirías? Con el pecho, seguramente, es la manera más elegante de parar un balón, según Zidane. Él podía acogerla de cualquier manera, ... aunque alguna vez se equivocó ¿o no?

No es una necesidad, menos un hobbie o un gusto. Tampoco una pasión, pues ello significaría que podría morir antes de dejar de jugar. Se parece a una obsesión, en el sentido de que, aun cuando no estoy jugando o no puedo hacerlo, mi mente maquina encuentros donde Chilavert es veinte años más joven y mis compañeros son estrellas de la selección de Holanda y de Perú en el mundial del 78. Y en medio de ellos, estoy yo, pidiendo el balón.

Un jugador con personalidad siempre tiene que pedir el balón, decía mi viejo. Si se queda entre los rivales, escondido bajo sus piernas, pues debería dedicarse a otro asunto. Mi viejo sí es un apasionado: va al estadio, grita, reniega y analiza cada partido de su equipo. Y critica siempre. Así entiendo yo su consejo futbolero: no callar, discrepar hidalgamente cuando el sentido común, la responsabilidad, la ambición de hacer bien las cosas, la ética o cualquiera de esas voces impertinentes tocan la puerta de la conciencia.

Son muchas frases como ésta las que mi viejo me repitió durante mi niñez y adolescencia, pensando que me servirían para cuando fuese un futbolista profesional. Aunque, en el fondo, contemplaba la posibilidad de que, en caso yo no llegara hasta la primera de la «U», pudieran servirme en la persecución de otros objetivos menos glamorosos. Así, cuando me atemorizaba ante alguna prueba o partido difíciles, me llevaba aparte y me decía: «Tú no eres más ni menos que nadie, acuérdate eso».

Yo no era mejor jugador que cualquiera de los otros, pero tampoco lo hacía mal. Esa frase me tranquilizó lo suficiente como para tomar las cosas con calma y hasta divertirme. Años después y ya retirado de las canchas amateurs, sus palabras me han ayudado en mi lucha para no «arrugar» ni «sobrarme» frente a otros rivales y en competencias a veces más duras; para no dejarme «bajonear» por uno que otro comentario amargo; para reconocer mis errores.

«Así tu equipo esté jugando muy mal, así se vaya “a la baja”, tú tienes que seguir adelante, tú siempre tienes que intentar jugar lo mejor posible»; otro consejo pelotero que ha tenido resonancias insospechadas. Años después, frente al estrés de las labores diarias, cuando el conformismo y el "ya, ya, así nomás déjalo" cunden a mi alrededor y me tientan, aquellas palabras me animan a esforzarme un poco más por hacer las cosas bien.

Mi viejo quería que fuera volante, un armador exquisito como Roberto Chale, y me entrenó duro y parejo para lograrlo. Jugué mucho tiempo de «seis», volante de marca; aunque siempre tengo un pequeño «diez» rebelde que se apodera de mí, para ir al ataque. He jugado en esas posiciones y todas las demás, excepto la de arquero. Pero Albert Camus sí fue un buen arquero, y aprendió muy pronto

que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha.

Además, amó a su equipo, como todos los jugamos con el corazón caliente, «no solo por la alegría de la victoria cuando estaba combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de cada derrota». Y aprendió como todos que en el verde, «cuando todo está dicho y hecho, un hombre es un hombre. ¡Difícil compromiso! Eso no puede haber cambiado, estoy seguro». Efectivamente, sigue siendo duro ser hombre, ahora que los géneros se reconfiguran, la mujer se independiza más cada día y nosotros nos volvemos más aéreos.

Pero no hemos cambiado del todo. Seguimos rompiéndonos los tobillos y machacando viejos uñeros por un instante de eterna satisfacción: el gol. Golpes y celebraciones que enseñan como los mejores maestros. Como dijo Camus:

después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol (Revista La Maga/Extra 1996).

Dicen que uno juega como vive. Fría, eufórica, calculadoramente. Dicen que dando un pase uno aprende a confiar. Que la solidaridad se bebe al defender a tus compañeros con garras y muelas. El liderazgo, al animar a los tuyos a vender cara la derrota. El miedo, al ser acorralado por barristas del club archirival. La vergüenza, al dejarse intimidar por un adversario que supo usar la «boquilla». Solo sabe uno enfrentarse al soberbio espejo con la vara de la verdad, luego de haber arruinado torpemente una «trampa del off-side». Y a experimentar el vacío del yo, mientras se llora al quedar eliminado porque uno —nunca tan uno— falló el penal decisivo.

No negaré la violencia ni el racismo. Tampoco los oscuros negocios que se tejen tras las tribunas. Pero en las pichangas de barrio, los complejos deportivos, la Cancha de los Muertos en Chorrillos, —como dijo Maradona tras pedir perdones— «la pelota no se mancha». Lo saben los escritores más queridos, como Julio Ramón Ribeyro, Eduardo Galeano y Mario Benedetti.

El peruano era hincha de Universitario de Deportes. En un conversatorio organizada por el Club de Lectores de la PUCP, celebrado el pasado jueves 21 de mayo en el Auditorio de Humanidades, sus hermanos contaron que solía ir al estadio con ellos y su padre a alentar al equipo de sus amores. Su admiración por Francia incluía a la selección gala, pero nunca dejaba de alentar al Perú, y escribía desde París comentando el avance de la blanquirroja en las eliminatorias.

Una vez, luego de una pichanga en la que fue protagonista, se lamentó de haber metido un gol maravilloso, pues pronto «sería olvidado por un grupo de peloteros borrachos», únicos testigos de su momentánea genialidad con el balón. Fue muy aficionado a este deporte y, de hecho, tiene un cuento sobre fútbol, el cual comentaré en un próximo blog.

Por su parte, el primero de los uruguayos, Galeano, comenta que

Uno puede capturar la dicha perdida del deporte —cómo danza el balón— en terrenos vacíos, en pastizales, improvisados campos de fútbol. Yo suelo hacerlo, camino alrededor y me detengo a ver a los chicos que juegan sólo por jugar, sólo por la pura dicha del juego y no porque tienen una obligación de ganar. (Sánchez 2008. Traducción mía)

El recientemente fallecido Benedetti, quien fuera arquero y periodista deportivo, recordaba el primer mundial de fútbol, aquel que ganó su Uruguay:

mi padre me llevó para el estadio y no pudimos entrar porque estaba todo agotado, y entonces me llevó a un café de la avenida 18 de Julio y lo oíamos por la radio, porque en aquella época no existía la televisión, y por la radio oímos el partido y como fue la cosa. (Ojos Rojos 2009)

En la radio, antes de la TV de Messi y los toques del Barza, yo escuchaba los partidos de la Copa Libertadores, cuando aún no llegaban a Lima vía Fox Sports. Con mi viejito, extasiados, oíamos la voz emocionada del locutor gritando que el “Gato” Purizaga le atajaba un penal a los extranjeros; aquella noche fue inolvidable. Luego, tras otros partidos menos felices, la «U» sería eliminada.

Mi viejo, que hasta hoy juega todos los sábados y domingos con sus amigos del barrio —el mismo de su infancia—, me dijo tras ese último y fatal encuentro que no me entristeciera, que el fútbol siempre da revanchas. Hoy, ante algún autogol que meto en otras canchas, una derrota categórica y otras injustas, cada error de algún árbitro desprovisto del clásico silbato, recuerdo sus palabras y pienso que en la vida siempre hay un partido en el que te puedes reivindicar, sobre el verde gras de la esperanza. Como en el poema de Benedetti dedicado a Maradona:

Hoy Tu Tiempo Es Real

Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa
Y aunque otros olviden tus festejos
Las noches sin amos quedaron lejos
Y lejos el pesar que desalienta.

Tu edad de otras edades se alimenta
No importa lo que digan los espejos
Tus ojos todavía no están viejos
Y miran, sin mirar, más de la cuenta

Tu esperanza ya sabe su tamaño
Y por eso no habrá quien la destruya
Ya no te sentirás solo ni extraño.

Vida tuya tendrás y muerte tuya
Ha pasado otro año, y otro año
Les has ganado a tus sombras, aleluya.
(Citado en Poemas del Alma 2006)

Fuentes:

POEMAS DEL ALMA
2006 «Hoy tu tiempo es real». En Poemas al fútbol.
http://www.poemas-del-alma.com/blog/especiales/poemas-al-futbol. Visita del 5 de junio de 2009

OJOS ROJOS
2009 «Ojos Rojos Conversando con Benedetti: “El fútbol en blanco y negro”». En
Documental Ojos Rojos.
http://www.documentalojosrojos.com/2009/05/ojos-rojos-conversando-con-%20mario.html Visita del 5 de junio de 2009.

REVISTA LA MAGA/EXTRA
1996 Albert Camus y el Fútbol. En «La página del Profesor Jorge Alberto Socin».
http://www.geocities.com/Colosseum/Loge/6080/Camus.html. Visita del 5 de junio de 2009.

SÁNCHEZ FREULER, Sebastián
2008 «Eduardo Galeano and Mario Benedetti: futbol in black and white». En Americas (English Edition).
http://findarticles.com/p/articles/mi_go2043/is_3_60/ai_n29430346/. Visita del 5 de junio de 2009

15 de julio de 2009

Blogs amigos

Hace un par de meses me escribió un lindo mensaje una amiga muy querida, Susana Prado. Vivimos a menos de tres cuadras de distancia pero casi nunca nos vemos. A veces, nos encontramos en el micro y conversamos abiertamente. Dice que soy uno de sus amigos "raros", mientras una sonrisa se me dibuja en el corazón. En el mensaje me daba la dirección de su blog, cuya primera entrada me ejerce una elegante persuasión : http://ovillodeariana.blogspot.com/

El siguiente blog le pertenece a un dibujante dedicado a su arte con todas sus fuerzas. Se trata de Renso González, amante y creador de cómics, y director de una de las revistas independientes más interesantes de nuestro medio: Carboncito. En ella, Renso publica a los nuevos valores de este arte, peruanos y extranjeros, así como a viejos caninos como David Galiquio —más conocido por el nombre de su personaje, "Lito el Perro"—; este último, mi favorito. Es una revista variada y sumamente divertida, a la cual pueden acercarse a través del blog. Aquí también pueden enterarse de las últimas noticias sobre la movida "fanzine", como la Primera Muestra Independiente y la fiesta profondos correspondiente: http://carboncito.blogspot.com/ .
El último le pertenece a un activista por los Derechos Humanos, Wilfredo Ardito, reconocido profesional, profesor de la Facultad de Derecho de la PUCP. Sobre todo, este excelente blog se dedica a denunciar y promover acciones prácticas contra el racismo. Tiene datos precisos y reflexiones sobre el tema que nos interpelan. Asimismo, orienta sobre cómo luchar contra este mal social en distintos ámbitos académicos, profesionales y políticos La dirección es: http://reflexionesperuanas.blogspot.com/