1 de diciembre de 2009

Jose María Arguedas: derribando los muros

Cuando la gente se suicida, un manto de fracaso parece teñir su existencia. El mensaje contradictorio que puede enviar a la sociedad es perturbador: si alguien puede borrarse a sí mismo de la faz de la tierra, ¿significa que la vida en sí misma no tiene un valor?, ¿es un acto egoísta contrario a la solidaridad y, por tanto, a la ética? Preguntas debatibles que se re-configuran frente a cada caso. El que nos convoca hoy es el suicidio de José María Arguedas, escritor peruano comúnmente clasificado entre los indigenistas. Arguedas se disparó en la sien el 28 de noviembre y falleció el 2 de diciembre de 1969. Han pasado 40 años desde el suicidio de Arguedas y nos seguimos preguntando si los cuestionamientos sobre su suicidio afectan su obra. Sobre todo, si el propio Arguedas retrató sus angustias finales y su decisión de suicidarse en El zorro de arriba y el zorro de abajo. En esta novela, Arguedas incluye un diario y un relato meramente ficcional, intercalados.
Imagen tomada de: Rojas, Daniel. La muerte de los Arango. http://bligoo.com/media/users/0/49205/images/Arguedas1.jpg. Visita del 1ro. de diciembre de 2009.

En el diario, cuenta cómo surgió su angustia existencial. La atribuye a sus sufrimientos infantiles, ligados al abandono del padre, al síndrome de la madre muerta (como lo estipula Carmen María Pinilla) y al trauma sexual. En el relato, cuenta cómo los hombres de todas partes del Perú viajan a Chimbote y conviven entre la pobreza y el enriquecimiento, entre la alegría y la violencia, mientras trabajan en el puerto productor de harina de pescado más grande del mundo en los años sesenta. Alrededor de esa década, nuestros abuelos o nuestros padres llegaban desde los puntos más distantes y distintos del Perú a las ciudades costeñas, o a las capitales de las regiones, buscando un mejor futuro para ellos y sus hijos. Muchas veces venían solos y muy niños, enviados por sus padres y recibidos por algún padrino, a trabajar como empleados. Escapando de la pobreza, de la violencia, con la ambición de salir adelante. Los hombres peruanos de la actualidad somos frutos vivos de esas migraciones y parte de nuestra identidad se forjó en aquellos años.

Arguedas nació en Andahuaylas, el 18 de enero de 1911. Su madre, Victoria Altamirano Navarro, falleció cuando él tenía tres años. Vivió muchos años bajo el cuidado de su adinerada madrastra, Grimanesa Arangoitia vda. De Pacheco, pues su padre, el abogado cusqueño Víctor Manuel Arguedas Arellano, viajaba constantemente. Su infancia fue contrariada: sufría por el maltrato de su madrastra y de su hermanastro, Pablo Pacheco. Cuentos como “Amor Mundo”, plagados de relaciones sexuales violentas, incluso cargadas de abuso y vejación, reflejan esta primera etapa de su vida. Desde entonces, Arguedas construye una identidad marcada por el forasterismo y el abandono: su condición de extranjero y de wakcha término quechua que quiere decir "niño huérfano, el que no tiene hogar, el desadaptado" (Esparza, 88), lo cual implica pobreza material y simbólica, desamparo. En Andahuaylas y en San Juan de Lucanas, donde vivió sus primeros años, lo recuerdan como un miembro de una familia poderosa, un misti. De hecho, el pretendió siempre sentirse un indio. En novelas como Todas las Sangres, expresa su crítica a los hacendados, clase a la que él mismo había pertenecido.

Arguedas desarrolla desde joven una vida académica y literaria orientada a encontrarse con ese otro mundo, el mundo de los indios, que anhelaba como fuente de su verdadera identidad. Es quizás, esa falta de centro, esa sensación de incertidumbre sobre su pertenencia, la que lo impulsa a encontrarse con los demás y buscar en ellos una respuesta a su soledad. Cuentos como “El forastero”, reflejan esta preocupación y patentizan que encontrar una comunión con los demás le era muy difícil. Despliega su trabajo en campos distintos. En cuanto al ensayo antropológico, destaca su estudio sobre el Valle del Mantaro, en el cual apuesta por el mestizaje y el comercio, y su tesis de doctorado en Letras: Las comunidades de España y del Perú.

Entre su narrativa breve, recuerdo con especial cariño “Los escoleros”, cuento pleno en ternura y defensa del indio; así como “La agonía de Rasu Ñiti”, exquisito relato plagado de magia y herencia. Entre sus novelas, la más celebrada es Los ríos profundos, donde se reflejan sus distintas posiciones sobre los conflictos sociales y políticos del régimen de las haciendas, y despliega su reclamo por la justicia social. Igualmente, cabe resaltar sus traducciones, como Canciones y cantos del pueblo quechua, donde recoge la tradición oral vigente; y Dioses y hombres de Huarochirí, ancestral recopilación de relatos prehispánicos que inspirarían Los zorros.

Sobre su posición política, es notable que no se adhiriera a ningún partido político, pero expresó su rechazo al autoritarismo y el dominio económico y político extranjero. En 1956, renunció al nombramiento impositivo por Odría como Director de Cultura. Expresó en distintas ocasiones su simpatía por los partidos de izquierda y colaboró en algunas actividades culturales que estos organizaban; pero también los criticó cuando no coincidía con sus propuestas. El marxismo, según declara en Los zorros le permitió ordenar su visión del mundo y guiar sus esfuerzos, pero “no mató en mí lo mágico” (14). Desempeñó diversos cargos: en 1953 fue nombrado jefe del Instituto Etnológico del Museo de la Cultura; en 1963, director de la Casa de la Cultura del Perú; en 1964, asumió la dirección del Museo Nacional de la Historia. Desde dichas instituciones, publicó varias revistas etnológicas y culturales, y se consolidó como la figura más representativa del indigenismo.

En su obra se patentizan los procesos que vivió nuestro país en un momento clave para el reconocimiento de las culturas andinas e, incluso, de los productos culturales de los migrantes. Sin la obra de artistas y pensadores como Arguedas hubiese sido imposible el otorgamiento Premio Nacional de Cultura en la categoría de arte, en 1975, al retablista ayacuchano Joaquín López Antay. Aquello que experimentamos desde hace 30 años como el boom comercial de la música andina ya lo había alentado Arguedas recopilando y promoviendo la producción discográfica andina. Los vientos que impulsan a revalorar la lengua quechua y otras lenguas aborígenes ya los movía Arguedas, a través de sus traducciones y su obra literaria, en la que buscaba un estilo propio que culminaría en un castellano intervenido por rasgos quechuas. El reconocimiento actual de nuestra diversidad cultural a través de la música, la gastronomía y otras manifestaciones culturales, y la lucha que vivimos actualmente para dejar de tratar a la cultura como un concepto de cámara o élites, incluyendo a las culturas andinas y urbanas como nuestra riqueza y nuestra identidad, fue forjado por intelectuales como Arguedas, que proponía crear desde nuestra diferencia cultural, desde lo que nos es propio como peruanos.

Imagen tomada de: Amauta. El barranco. http://www.amautaspaSpanishnish.com/amautaspanish/culture/literature/work.asp?CodWork=4. Visita del 1ro. De diciembre de 2009.

Pensar que su suicidio expresa la derrota de sus ideales es quedarse en un análisis bastante superficial. Es necesario evitar caer en el fatalismo y en el derrotismo que a veces nos caracterizan como peruanos, y revalorar el mensaje de Arguedas como gestor y promotor cultural: apostar por nuestra diversidad y por la justicia en contextos en los que la violencia política, el autoritarismo y la represión nos han golpeado tanto y nos siguen golpeando. Es urgente, para ello, que abramos las posibilidades de expresión, desde la Casa de la Literatura y todas las instancias culturales, a los creadores de todo el país, más allá de sus contactos, sus amistades o sus vinculaciones políticas con el poder.

“¿Es mucho menos lo que sabemos que la gran esperanza que sentimos, Gustavo?” (Arguedas, V: 197), pregunta Arguedas al padre Gustavo Gutiérrez, en el “¿Último diario?” de “Los zorros”. Un diario especialmente sentimental, en el que Arguedas se despide y pide que en él despidan a un tiempo del Perú en el que las injusticias económicas y el desprecio por la cultura andina fueron hegemónicas. Él siente que, con su trabajo, ha colaborado con que en el país comiencen a derribarse las barreras que nos separaban. Nuestra política de todos los días, la guerra interna que hemos pasado hace poquísimo tiempo, el autoritarismo, la pobreza pertinaz, parecen renovar esos muros, esos silencios que impiden un diálogo abierto y enriquecedor entre peruanos. Arguedas señala un campo de batalla para la liberación de dichas taras: las mentalidades, las identidades, la cultura. Pues es en el terreno en que nos concebimos como parte de un grupo y distintos a otros grupos en que se reactualizan las barreas que nos separan como peruanos y nos dividen, en la decisiva y tenaz cotidianeidad de nuestros encuentros universitarios, nuestras mesas culturales, nuestras reuniones entre académicos, etc.

Sus lecciones resuenan en nuestras aulas, en los pasillos de las universidades, entre las paredes de esta nueva Casa de la Literatura Peruana. Para que convirtamos los muros en puertas, y la imposición de cánones den lugar a espacios de diálogo y encuentro. Para que quebremos nuestros “círculos” de relaciones académicas o políticas, y experimentemos artes e influencias nuevas, que enriquezcan la interpretación de la realidad peruana desde puntos de vistas diversos y novedosos. Porque el Perú es una realidad amplia y compleja que no podremos apreciar con pertinencia mientras privilegiemos un tipo de miradas. Cuando se habla de diversidad y democracia, y siempre son las mismas personas y las mismas instituciones quienes lo hacen, es inevitable apreciar la paradoja: no se puede apostar por el diálogo excluyendo a quienes no nos son cercanos; no puede apostarse por la diversidad incluyendo solo a quienes concuerdan con nosotros.

Culminaré refiriendo una conversación que mantuvo Arguedas con el doctor Fernando Silva Santisteban, narrada por este último: “Un día me llevó su libro ‘El Sexto’. Cuando regresé a Lima, me preguntó qué me había parecido. ‘Me ha deprimido’, le dije. ‘¿Y no ves una esperanza al final del túnel?’. ‘¿La muerte?’, bromeé. ‘¡Esa es la esperanza!’, me dijo” (Silva Santisteban, A12). En el “¿Último diario?”, Arguedas concluye que su muerte no significa el final de su lucha, pues ésta, espera el autor, ha de ser continuada por las generaciones venideras: “Las crisis se resuelven mejorando la salud de los vivientes . . . . Un pueblo no es mortal, y el Perú es un cuerpo cargado de poderosa savia ardiente de vida, impaciente por realizarse” (V: 198).

La muerte se enviste de esperanza en Los zorros porque, en primer lugar, el individuo no existe únicamente en sí mismo, sino que como, resalta Del Mastro (124), trasciende en sociedad con la entrega de una obra dedicada a los demás. Y en segundo lugar, porque en la lucha contra la muerte emerge el deseo por mejorar la vida, por buscar una experiencia corporal y sexual que reintegren al individuo consigo mismo, así como por alcanzar la liberación en el presente de las relaciones humanas y sociales, sin que ello implique la violencia o el odio. Esta misma esperanza se trasluce en la simpatía que expresa por la obra del padre Gustavo Gutiérrez, fundador de la Teología de la Liberación.

Los zorros es parte de una lucha por la reivindicación de la cultura andina y la liberación del Perú del dominio extranjero, que debe llevarse a cabo “sin rabia”, apostando por el reconocimiento y el diálogo, “en armonía de fuerzas que por muy contrarias que sean” pueden dialogar para “alimentar el conocimiento” (254) de la realidad peruana. Arguedas espera que las generaciones siguientes podamos encontrar en el diálogo y la solidaridad un gozo y una fortaleza que nos permitan aprovechar las posibilidades que laten en el Perú “mientras hierve”, donde “cualquier hombre no engrilletado y embrutecido por el egoísmo puede vivir, feliz, todas las patrias” (246).

Bibliografía:
Arguedas, José María. Obras completas. 5 vols. Lima: Editorial Horizonte, 1983.
Del Mastro, César. Sombras y rostros del otro en la narrativa de José María Arguedas. Una lectura desde la filosofía de Emmanuel Levinás. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Centro de Estudios y Publicaciones e Instituto Bartolomé de las Casas, 2007.
Esparza, Cecilia. El Perú en la memoria. Sujeto y nación en la escritura autobiográfica. Lima: Red Para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú, 2006.
Pinilla Cisneros, Carmen María. El complejo de la madre muerta: alcances sobre la afectividad, la comprensión y la muerte en la vida de J.M Arguedas. Tesis de Maestría. Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 2008.
Silva Santisteban, Fernando. Entrevista con David Hidalgo. “Tras los pasos del hombre.” El Comercio 9 de Mayo 2005, A12.