24 de julio de 2009

El partido de revancha

Amagarle a la niña en scooter; correr fuerte, rápido. ¿Cómo podría mandar el pase? ¿Entre qué esquinas? Entre el perro y la canasta de la tía, entre el poste y el montículo de arena gruesa, debajo de ese auto o por encima. Despierta, estás en la calle. Aún no viene tu combi, pero la gente observa, ríe, come pequeños panes a 8 por un sol, ansiosa, pasajera. Si la pelota viniera por los aires, ¿cómo la recibirías? Con el pecho, seguramente, es la manera más elegante de parar un balón, según Zidane. Él podía acogerla de cualquier manera, ... aunque alguna vez se equivocó ¿o no?

No es una necesidad, menos un hobbie o un gusto. Tampoco una pasión, pues ello significaría que podría morir antes de dejar de jugar. Se parece a una obsesión, en el sentido de que, aun cuando no estoy jugando o no puedo hacerlo, mi mente maquina encuentros donde Chilavert es veinte años más joven y mis compañeros son estrellas de la selección de Holanda y de Perú en el mundial del 78. Y en medio de ellos, estoy yo, pidiendo el balón.

Un jugador con personalidad siempre tiene que pedir el balón, decía mi viejo. Si se queda entre los rivales, escondido bajo sus piernas, pues debería dedicarse a otro asunto. Mi viejo sí es un apasionado: va al estadio, grita, reniega y analiza cada partido de su equipo. Y critica siempre. Así entiendo yo su consejo futbolero: no callar, discrepar hidalgamente cuando el sentido común, la responsabilidad, la ambición de hacer bien las cosas, la ética o cualquiera de esas voces impertinentes tocan la puerta de la conciencia.

Son muchas frases como ésta las que mi viejo me repitió durante mi niñez y adolescencia, pensando que me servirían para cuando fuese un futbolista profesional. Aunque, en el fondo, contemplaba la posibilidad de que, en caso yo no llegara hasta la primera de la «U», pudieran servirme en la persecución de otros objetivos menos glamorosos. Así, cuando me atemorizaba ante alguna prueba o partido difíciles, me llevaba aparte y me decía: «Tú no eres más ni menos que nadie, acuérdate eso».

Yo no era mejor jugador que cualquiera de los otros, pero tampoco lo hacía mal. Esa frase me tranquilizó lo suficiente como para tomar las cosas con calma y hasta divertirme. Años después y ya retirado de las canchas amateurs, sus palabras me han ayudado en mi lucha para no «arrugar» ni «sobrarme» frente a otros rivales y en competencias a veces más duras; para no dejarme «bajonear» por uno que otro comentario amargo; para reconocer mis errores.

«Así tu equipo esté jugando muy mal, así se vaya “a la baja”, tú tienes que seguir adelante, tú siempre tienes que intentar jugar lo mejor posible»; otro consejo pelotero que ha tenido resonancias insospechadas. Años después, frente al estrés de las labores diarias, cuando el conformismo y el "ya, ya, así nomás déjalo" cunden a mi alrededor y me tientan, aquellas palabras me animan a esforzarme un poco más por hacer las cosas bien.

Mi viejo quería que fuera volante, un armador exquisito como Roberto Chale, y me entrenó duro y parejo para lograrlo. Jugué mucho tiempo de «seis», volante de marca; aunque siempre tengo un pequeño «diez» rebelde que se apodera de mí, para ir al ataque. He jugado en esas posiciones y todas las demás, excepto la de arquero. Pero Albert Camus sí fue un buen arquero, y aprendió muy pronto

que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha.

Además, amó a su equipo, como todos los jugamos con el corazón caliente, «no solo por la alegría de la victoria cuando estaba combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de cada derrota». Y aprendió como todos que en el verde, «cuando todo está dicho y hecho, un hombre es un hombre. ¡Difícil compromiso! Eso no puede haber cambiado, estoy seguro». Efectivamente, sigue siendo duro ser hombre, ahora que los géneros se reconfiguran, la mujer se independiza más cada día y nosotros nos volvemos más aéreos.

Pero no hemos cambiado del todo. Seguimos rompiéndonos los tobillos y machacando viejos uñeros por un instante de eterna satisfacción: el gol. Golpes y celebraciones que enseñan como los mejores maestros. Como dijo Camus:

después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol (Revista La Maga/Extra 1996).

Dicen que uno juega como vive. Fría, eufórica, calculadoramente. Dicen que dando un pase uno aprende a confiar. Que la solidaridad se bebe al defender a tus compañeros con garras y muelas. El liderazgo, al animar a los tuyos a vender cara la derrota. El miedo, al ser acorralado por barristas del club archirival. La vergüenza, al dejarse intimidar por un adversario que supo usar la «boquilla». Solo sabe uno enfrentarse al soberbio espejo con la vara de la verdad, luego de haber arruinado torpemente una «trampa del off-side». Y a experimentar el vacío del yo, mientras se llora al quedar eliminado porque uno —nunca tan uno— falló el penal decisivo.

No negaré la violencia ni el racismo. Tampoco los oscuros negocios que se tejen tras las tribunas. Pero en las pichangas de barrio, los complejos deportivos, la Cancha de los Muertos en Chorrillos, —como dijo Maradona tras pedir perdones— «la pelota no se mancha». Lo saben los escritores más queridos, como Julio Ramón Ribeyro, Eduardo Galeano y Mario Benedetti.

El peruano era hincha de Universitario de Deportes. En un conversatorio organizada por el Club de Lectores de la PUCP, celebrado el pasado jueves 21 de mayo en el Auditorio de Humanidades, sus hermanos contaron que solía ir al estadio con ellos y su padre a alentar al equipo de sus amores. Su admiración por Francia incluía a la selección gala, pero nunca dejaba de alentar al Perú, y escribía desde París comentando el avance de la blanquirroja en las eliminatorias.

Una vez, luego de una pichanga en la que fue protagonista, se lamentó de haber metido un gol maravilloso, pues pronto «sería olvidado por un grupo de peloteros borrachos», únicos testigos de su momentánea genialidad con el balón. Fue muy aficionado a este deporte y, de hecho, tiene un cuento sobre fútbol, el cual comentaré en un próximo blog.

Por su parte, el primero de los uruguayos, Galeano, comenta que

Uno puede capturar la dicha perdida del deporte —cómo danza el balón— en terrenos vacíos, en pastizales, improvisados campos de fútbol. Yo suelo hacerlo, camino alrededor y me detengo a ver a los chicos que juegan sólo por jugar, sólo por la pura dicha del juego y no porque tienen una obligación de ganar. (Sánchez 2008. Traducción mía)

El recientemente fallecido Benedetti, quien fuera arquero y periodista deportivo, recordaba el primer mundial de fútbol, aquel que ganó su Uruguay:

mi padre me llevó para el estadio y no pudimos entrar porque estaba todo agotado, y entonces me llevó a un café de la avenida 18 de Julio y lo oíamos por la radio, porque en aquella época no existía la televisión, y por la radio oímos el partido y como fue la cosa. (Ojos Rojos 2009)

En la radio, antes de la TV de Messi y los toques del Barza, yo escuchaba los partidos de la Copa Libertadores, cuando aún no llegaban a Lima vía Fox Sports. Con mi viejito, extasiados, oíamos la voz emocionada del locutor gritando que el “Gato” Purizaga le atajaba un penal a los extranjeros; aquella noche fue inolvidable. Luego, tras otros partidos menos felices, la «U» sería eliminada.

Mi viejo, que hasta hoy juega todos los sábados y domingos con sus amigos del barrio —el mismo de su infancia—, me dijo tras ese último y fatal encuentro que no me entristeciera, que el fútbol siempre da revanchas. Hoy, ante algún autogol que meto en otras canchas, una derrota categórica y otras injustas, cada error de algún árbitro desprovisto del clásico silbato, recuerdo sus palabras y pienso que en la vida siempre hay un partido en el que te puedes reivindicar, sobre el verde gras de la esperanza. Como en el poema de Benedetti dedicado a Maradona:

Hoy Tu Tiempo Es Real

Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa
Y aunque otros olviden tus festejos
Las noches sin amos quedaron lejos
Y lejos el pesar que desalienta.

Tu edad de otras edades se alimenta
No importa lo que digan los espejos
Tus ojos todavía no están viejos
Y miran, sin mirar, más de la cuenta

Tu esperanza ya sabe su tamaño
Y por eso no habrá quien la destruya
Ya no te sentirás solo ni extraño.

Vida tuya tendrás y muerte tuya
Ha pasado otro año, y otro año
Les has ganado a tus sombras, aleluya.
(Citado en Poemas del Alma 2006)

Fuentes:

POEMAS DEL ALMA
2006 «Hoy tu tiempo es real». En Poemas al fútbol.
http://www.poemas-del-alma.com/blog/especiales/poemas-al-futbol. Visita del 5 de junio de 2009

OJOS ROJOS
2009 «Ojos Rojos Conversando con Benedetti: “El fútbol en blanco y negro”». En
Documental Ojos Rojos.
http://www.documentalojosrojos.com/2009/05/ojos-rojos-conversando-con-%20mario.html Visita del 5 de junio de 2009.

REVISTA LA MAGA/EXTRA
1996 Albert Camus y el Fútbol. En «La página del Profesor Jorge Alberto Socin».
http://www.geocities.com/Colosseum/Loge/6080/Camus.html. Visita del 5 de junio de 2009.

SÁNCHEZ FREULER, Sebastián
2008 «Eduardo Galeano and Mario Benedetti: futbol in black and white». En Americas (English Edition).
http://findarticles.com/p/articles/mi_go2043/is_3_60/ai_n29430346/. Visita del 5 de junio de 2009

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