1 de diciembre de 2009

Jose María Arguedas: derribando los muros

Cuando la gente se suicida, un manto de fracaso parece teñir su existencia. El mensaje contradictorio que puede enviar a la sociedad es perturbador: si alguien puede borrarse a sí mismo de la faz de la tierra, ¿significa que la vida en sí misma no tiene un valor?, ¿es un acto egoísta contrario a la solidaridad y, por tanto, a la ética? Preguntas debatibles que se re-configuran frente a cada caso. El que nos convoca hoy es el suicidio de José María Arguedas, escritor peruano comúnmente clasificado entre los indigenistas. Arguedas se disparó en la sien el 28 de noviembre y falleció el 2 de diciembre de 1969. Han pasado 40 años desde el suicidio de Arguedas y nos seguimos preguntando si los cuestionamientos sobre su suicidio afectan su obra. Sobre todo, si el propio Arguedas retrató sus angustias finales y su decisión de suicidarse en El zorro de arriba y el zorro de abajo. En esta novela, Arguedas incluye un diario y un relato meramente ficcional, intercalados.
Imagen tomada de: Rojas, Daniel. La muerte de los Arango. http://bligoo.com/media/users/0/49205/images/Arguedas1.jpg. Visita del 1ro. de diciembre de 2009.

En el diario, cuenta cómo surgió su angustia existencial. La atribuye a sus sufrimientos infantiles, ligados al abandono del padre, al síndrome de la madre muerta (como lo estipula Carmen María Pinilla) y al trauma sexual. En el relato, cuenta cómo los hombres de todas partes del Perú viajan a Chimbote y conviven entre la pobreza y el enriquecimiento, entre la alegría y la violencia, mientras trabajan en el puerto productor de harina de pescado más grande del mundo en los años sesenta. Alrededor de esa década, nuestros abuelos o nuestros padres llegaban desde los puntos más distantes y distintos del Perú a las ciudades costeñas, o a las capitales de las regiones, buscando un mejor futuro para ellos y sus hijos. Muchas veces venían solos y muy niños, enviados por sus padres y recibidos por algún padrino, a trabajar como empleados. Escapando de la pobreza, de la violencia, con la ambición de salir adelante. Los hombres peruanos de la actualidad somos frutos vivos de esas migraciones y parte de nuestra identidad se forjó en aquellos años.

Arguedas nació en Andahuaylas, el 18 de enero de 1911. Su madre, Victoria Altamirano Navarro, falleció cuando él tenía tres años. Vivió muchos años bajo el cuidado de su adinerada madrastra, Grimanesa Arangoitia vda. De Pacheco, pues su padre, el abogado cusqueño Víctor Manuel Arguedas Arellano, viajaba constantemente. Su infancia fue contrariada: sufría por el maltrato de su madrastra y de su hermanastro, Pablo Pacheco. Cuentos como “Amor Mundo”, plagados de relaciones sexuales violentas, incluso cargadas de abuso y vejación, reflejan esta primera etapa de su vida. Desde entonces, Arguedas construye una identidad marcada por el forasterismo y el abandono: su condición de extranjero y de wakcha término quechua que quiere decir "niño huérfano, el que no tiene hogar, el desadaptado" (Esparza, 88), lo cual implica pobreza material y simbólica, desamparo. En Andahuaylas y en San Juan de Lucanas, donde vivió sus primeros años, lo recuerdan como un miembro de una familia poderosa, un misti. De hecho, el pretendió siempre sentirse un indio. En novelas como Todas las Sangres, expresa su crítica a los hacendados, clase a la que él mismo había pertenecido.

Arguedas desarrolla desde joven una vida académica y literaria orientada a encontrarse con ese otro mundo, el mundo de los indios, que anhelaba como fuente de su verdadera identidad. Es quizás, esa falta de centro, esa sensación de incertidumbre sobre su pertenencia, la que lo impulsa a encontrarse con los demás y buscar en ellos una respuesta a su soledad. Cuentos como “El forastero”, reflejan esta preocupación y patentizan que encontrar una comunión con los demás le era muy difícil. Despliega su trabajo en campos distintos. En cuanto al ensayo antropológico, destaca su estudio sobre el Valle del Mantaro, en el cual apuesta por el mestizaje y el comercio, y su tesis de doctorado en Letras: Las comunidades de España y del Perú.

Entre su narrativa breve, recuerdo con especial cariño “Los escoleros”, cuento pleno en ternura y defensa del indio; así como “La agonía de Rasu Ñiti”, exquisito relato plagado de magia y herencia. Entre sus novelas, la más celebrada es Los ríos profundos, donde se reflejan sus distintas posiciones sobre los conflictos sociales y políticos del régimen de las haciendas, y despliega su reclamo por la justicia social. Igualmente, cabe resaltar sus traducciones, como Canciones y cantos del pueblo quechua, donde recoge la tradición oral vigente; y Dioses y hombres de Huarochirí, ancestral recopilación de relatos prehispánicos que inspirarían Los zorros.

Sobre su posición política, es notable que no se adhiriera a ningún partido político, pero expresó su rechazo al autoritarismo y el dominio económico y político extranjero. En 1956, renunció al nombramiento impositivo por Odría como Director de Cultura. Expresó en distintas ocasiones su simpatía por los partidos de izquierda y colaboró en algunas actividades culturales que estos organizaban; pero también los criticó cuando no coincidía con sus propuestas. El marxismo, según declara en Los zorros le permitió ordenar su visión del mundo y guiar sus esfuerzos, pero “no mató en mí lo mágico” (14). Desempeñó diversos cargos: en 1953 fue nombrado jefe del Instituto Etnológico del Museo de la Cultura; en 1963, director de la Casa de la Cultura del Perú; en 1964, asumió la dirección del Museo Nacional de la Historia. Desde dichas instituciones, publicó varias revistas etnológicas y culturales, y se consolidó como la figura más representativa del indigenismo.

En su obra se patentizan los procesos que vivió nuestro país en un momento clave para el reconocimiento de las culturas andinas e, incluso, de los productos culturales de los migrantes. Sin la obra de artistas y pensadores como Arguedas hubiese sido imposible el otorgamiento Premio Nacional de Cultura en la categoría de arte, en 1975, al retablista ayacuchano Joaquín López Antay. Aquello que experimentamos desde hace 30 años como el boom comercial de la música andina ya lo había alentado Arguedas recopilando y promoviendo la producción discográfica andina. Los vientos que impulsan a revalorar la lengua quechua y otras lenguas aborígenes ya los movía Arguedas, a través de sus traducciones y su obra literaria, en la que buscaba un estilo propio que culminaría en un castellano intervenido por rasgos quechuas. El reconocimiento actual de nuestra diversidad cultural a través de la música, la gastronomía y otras manifestaciones culturales, y la lucha que vivimos actualmente para dejar de tratar a la cultura como un concepto de cámara o élites, incluyendo a las culturas andinas y urbanas como nuestra riqueza y nuestra identidad, fue forjado por intelectuales como Arguedas, que proponía crear desde nuestra diferencia cultural, desde lo que nos es propio como peruanos.

Imagen tomada de: Amauta. El barranco. http://www.amautaspaSpanishnish.com/amautaspanish/culture/literature/work.asp?CodWork=4. Visita del 1ro. De diciembre de 2009.

Pensar que su suicidio expresa la derrota de sus ideales es quedarse en un análisis bastante superficial. Es necesario evitar caer en el fatalismo y en el derrotismo que a veces nos caracterizan como peruanos, y revalorar el mensaje de Arguedas como gestor y promotor cultural: apostar por nuestra diversidad y por la justicia en contextos en los que la violencia política, el autoritarismo y la represión nos han golpeado tanto y nos siguen golpeando. Es urgente, para ello, que abramos las posibilidades de expresión, desde la Casa de la Literatura y todas las instancias culturales, a los creadores de todo el país, más allá de sus contactos, sus amistades o sus vinculaciones políticas con el poder.

“¿Es mucho menos lo que sabemos que la gran esperanza que sentimos, Gustavo?” (Arguedas, V: 197), pregunta Arguedas al padre Gustavo Gutiérrez, en el “¿Último diario?” de “Los zorros”. Un diario especialmente sentimental, en el que Arguedas se despide y pide que en él despidan a un tiempo del Perú en el que las injusticias económicas y el desprecio por la cultura andina fueron hegemónicas. Él siente que, con su trabajo, ha colaborado con que en el país comiencen a derribarse las barreras que nos separaban. Nuestra política de todos los días, la guerra interna que hemos pasado hace poquísimo tiempo, el autoritarismo, la pobreza pertinaz, parecen renovar esos muros, esos silencios que impiden un diálogo abierto y enriquecedor entre peruanos. Arguedas señala un campo de batalla para la liberación de dichas taras: las mentalidades, las identidades, la cultura. Pues es en el terreno en que nos concebimos como parte de un grupo y distintos a otros grupos en que se reactualizan las barreas que nos separan como peruanos y nos dividen, en la decisiva y tenaz cotidianeidad de nuestros encuentros universitarios, nuestras mesas culturales, nuestras reuniones entre académicos, etc.

Sus lecciones resuenan en nuestras aulas, en los pasillos de las universidades, entre las paredes de esta nueva Casa de la Literatura Peruana. Para que convirtamos los muros en puertas, y la imposición de cánones den lugar a espacios de diálogo y encuentro. Para que quebremos nuestros “círculos” de relaciones académicas o políticas, y experimentemos artes e influencias nuevas, que enriquezcan la interpretación de la realidad peruana desde puntos de vistas diversos y novedosos. Porque el Perú es una realidad amplia y compleja que no podremos apreciar con pertinencia mientras privilegiemos un tipo de miradas. Cuando se habla de diversidad y democracia, y siempre son las mismas personas y las mismas instituciones quienes lo hacen, es inevitable apreciar la paradoja: no se puede apostar por el diálogo excluyendo a quienes no nos son cercanos; no puede apostarse por la diversidad incluyendo solo a quienes concuerdan con nosotros.

Culminaré refiriendo una conversación que mantuvo Arguedas con el doctor Fernando Silva Santisteban, narrada por este último: “Un día me llevó su libro ‘El Sexto’. Cuando regresé a Lima, me preguntó qué me había parecido. ‘Me ha deprimido’, le dije. ‘¿Y no ves una esperanza al final del túnel?’. ‘¿La muerte?’, bromeé. ‘¡Esa es la esperanza!’, me dijo” (Silva Santisteban, A12). En el “¿Último diario?”, Arguedas concluye que su muerte no significa el final de su lucha, pues ésta, espera el autor, ha de ser continuada por las generaciones venideras: “Las crisis se resuelven mejorando la salud de los vivientes . . . . Un pueblo no es mortal, y el Perú es un cuerpo cargado de poderosa savia ardiente de vida, impaciente por realizarse” (V: 198).

La muerte se enviste de esperanza en Los zorros porque, en primer lugar, el individuo no existe únicamente en sí mismo, sino que como, resalta Del Mastro (124), trasciende en sociedad con la entrega de una obra dedicada a los demás. Y en segundo lugar, porque en la lucha contra la muerte emerge el deseo por mejorar la vida, por buscar una experiencia corporal y sexual que reintegren al individuo consigo mismo, así como por alcanzar la liberación en el presente de las relaciones humanas y sociales, sin que ello implique la violencia o el odio. Esta misma esperanza se trasluce en la simpatía que expresa por la obra del padre Gustavo Gutiérrez, fundador de la Teología de la Liberación.

Los zorros es parte de una lucha por la reivindicación de la cultura andina y la liberación del Perú del dominio extranjero, que debe llevarse a cabo “sin rabia”, apostando por el reconocimiento y el diálogo, “en armonía de fuerzas que por muy contrarias que sean” pueden dialogar para “alimentar el conocimiento” (254) de la realidad peruana. Arguedas espera que las generaciones siguientes podamos encontrar en el diálogo y la solidaridad un gozo y una fortaleza que nos permitan aprovechar las posibilidades que laten en el Perú “mientras hierve”, donde “cualquier hombre no engrilletado y embrutecido por el egoísmo puede vivir, feliz, todas las patrias” (246).

Bibliografía:
Arguedas, José María. Obras completas. 5 vols. Lima: Editorial Horizonte, 1983.
Del Mastro, César. Sombras y rostros del otro en la narrativa de José María Arguedas. Una lectura desde la filosofía de Emmanuel Levinás. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Centro de Estudios y Publicaciones e Instituto Bartolomé de las Casas, 2007.
Esparza, Cecilia. El Perú en la memoria. Sujeto y nación en la escritura autobiográfica. Lima: Red Para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú, 2006.
Pinilla Cisneros, Carmen María. El complejo de la madre muerta: alcances sobre la afectividad, la comprensión y la muerte en la vida de J.M Arguedas. Tesis de Maestría. Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 2008.
Silva Santisteban, Fernando. Entrevista con David Hidalgo. “Tras los pasos del hombre.” El Comercio 9 de Mayo 2005, A12.

9 de noviembre de 2009

Recuperando el aliento

Ya entregué la tesis. El día miércoles la dejé en Mesa de Partes de mi ex- (ahora sí, ex) Facultad. Estoy esperando que la lea un profesor consultor, además de mi asesora, para que la aprueben y me den fecha de sustentación. Es una sensación extraña. No entiendo bien todavía cuál es mi estado. Supongo que "tesista" sigue siendo el término apropiado. Pero me refiero a algo más allá de un asunto administrativo. ¿Qué soy? ¿un graduado a medio graduar? ¿un bachiller optimista? Quizás he puesto demasiadas expectativas en la obtención de la Licenciatura. Quizás no sea tan importante en el mercado profesional de hoy en día...

Pero sí será un sueño cumplido, la posibilidad de aportar algo original y propio a la bibliografía arguediana. Dicen que, años más tarde, leeré esa tesis y me sonrojaré por los errores y carencias, ingenuidades e imprudencias cometidas por un joven ambicioso. Dicen que es como el primer amor, aquel que más nos ilusiona y que entendemos menos. De hecho, mi tesis trata acerca de la cuestión de género, concretamente, la construcción de las masculinidades. Por eso, es un trabajo que involucra tanto una revisión de mis conocimientos adacémicos, como una interpelación sobre mi vida personal.

Ahora, ¿qué se viene? Probablemente, buscar una beca para estudiar afuera, en Estados Unidos o Francia; mejorar el inglés, estudiar francés u otro idioma; dar exámenes y seguir trabajando. El sábado celebré con una visita a una cevichería bonita, quizás se venga una que otra celebración más... Hay que ir devolviendo toda la ayuda que mi gente me ha prestado. Por ahora, espero la fecha de sustentación leyendo otras cosas, poniéndome al día con mis asuntos laborales, tratando de retomar el fulbito. Después de tiempo, bastante tiempo metido de cabeza en la tesis, siento que estoy volviendo a flote. Recupero el aliento, lleno de aire los pulmones. Una etapa está pasando, una nueva comienza. "¡Ahí voy si no me caigo!"

23 de octubre de 2009

La tesis

Actualmente, me encuentro dándole algunos últimos toques a mi tesis de Licenciatura en Literatura Hispánica. Para escribirla, he invertido largas y duras horas de lectura y escritura, que han demandado esfuerzo y sacrificio. Muchas veces me he encontrado mirando el foco quemado de la lámpara del comedor, preguntándome para qué servirán estas ideas que discuto, niego y reafirmo en más de cien páginas a doble espacio. ¿A quién le servirán? ¿Alguien las leerá con atención? ¿Contendrán algún aporte valioso a mi disciplina o al estudio acerca del tema que estoy abordando? ¿Me traerán algún tipo de beneficio profesional?

Otras veces he llorado en medio de una calle pensando en lo triste que es el libro que analizo ("El zorro de arriba y el zorro de abajo", de José María Arguedas), lo trágico del suicidio del autor, el aparente fracaso en que cae su vida y la novela, cómo este sentimiento ha afectado mi visión del mundo y de mis experiencias.

En medio de esa incertidumbre, casi como un aliento marino desde el otro lado de la ciudad, han llegado hasta mi rostro aires consoladores: la escucha y los ánimos de mi enamorada, la fe de mi madre, el silencioso respeto de mi padre, el apoyo de la institución donde trabajo, la impaciencia de mis amigos por que de una vez termine...

Su constante apoyo me ha dado la sensación de que vale la pena darle un poquito más a esas páginas. Revisarlas otra vez, corregir errores de estilo, mejorar algunos puntos flacos.

Y, casi como un fantasma venido del futuro, la imagen borrosa de un joven estudiante de Literatura, interesado en cuestiones de género, poder o en estudiar la obra de Arguedas. Un joven que comienza a escarbar en esa fuente de dolor y felicidad que son sus novelas y tiene que hacer un trabajo donde las analice, o simplemente desea informarse al respecto. Va a la biblioteca, busca en el catálogo y encuentra mi tesis. La lee con la desconfianza y la curiosidad natural de todo joven. Y en esa exploración, encuentra una pequeña luz, el rastro de una idea propia, original, suya. O una afirmación contra la cual se rebela desde el fondo de sus intuiciones.

Eso sería bastante...

30 de septiembre de 2009

La sal de cada día

Una colega me pidió que escribiera un post sobre educación. Ya se viene, ya se viene; por ahora, uno chiquito sobre mi educación de todos los días.

En el Perú, uno camina y se encuentra a cada paso con realidades contrastantes, ambiguas, desconcertantes... parece un barrio eterno, grande, de calles anchas, a veces truncas, sin salida... Pero llega esa gente positiva, bacán, que te devuelve, aunque sea un instante, la esperanza. Esa gente no sólo está entre reflectores o sobre lozas deportivas. Les das la mano, les explicas algún tema, les cuentas un pequeño chisme, le pides que te den un vaso de agua. Son tu familia, tus amigos, tus alumnos, tus recuerdos...

Esa gente es la que, cuando llegas al trabajo te sonríe, te saluda y te da un comentario agradable sobre tu ropa, tu pelo, tu clase de ayer, tu blog, tu enamorada o cualquier cosita que sabe que te dará ánimos. Es la que te pregunta si has sacado a pasear a tu perro, o cómo vas con tu tesis, o qué tal le va a tu mamá. Te pide que te quedes un ratito más para seguir riéndose de tus tontas bromas, que la acompañes a hacerse un piercing, que la llames apenas puedas, que no dejes de venir al partido de fulbito. O simplemente te miran, con ojos abiertos, sinceros, sin segundas intenciones.

Son gente que te quiere no de una manera perfecta, sino de la forma en que pueden hacerlo; y le echan ese poquito de sal que le falta a tu vida, le lavan la cara a tu mañana.

... y no me olvido de los que te critican con razón y afecto; esas personas son, simplemente, invalorables. Allí éstan a mis alumnos, que piden una segunda oportunidad para mejorar esa mala nota, que reniegan cuando no les sale bien un ejercicio, que critican los textos que les mandas a leer y dicen que no están de acuerdo con ellos, que preguntan una y otra vez hasta que les explicas correctamente, que no dudan en decir "no entiendo" y exigir más, por su bien, por mi bien, por el bien de todos. Enseñar en la Universidad, en estos tiempos, en nuestras condiciones, a la gente nuestra, es una bendición que no dejo de agradecer cada día. A pesar de los pesares, intuyo que pronto hemos de cosechar lo bueno que sembramos.

Aquí les dejo un video donde aparecen algunas de esas personas que a todos los peruanos nos dieron esa buena onda. Las mías, mi madre, mi padre, mi enamorada, mi tía Manuela, Lucero... con esas me quedo yo, y me voy corriendo a darles un abrazo.

http://www.youtube.com/watch?v=sR4IjTUIoZ4

25 de julio de 2009

La tragedia renovada en «La trama» (El Hacedor, 1960), de Jorge Luis Borges

Este breve artículo nació a partir de una reflexión personal y las conversaciones con algunos colegas acerca de las preguntas planteadas durante el proceso de selección de jefes de prácticas para el semestre 2009-1 del curso de Narrativa en Estudios Generales Letras en la PUCP. Las notas sobre las teorías de Girard me fueron recomendadas por Javier Muñoz.

Dos tópicos borgianos

Jorge Luis Borges adapta el género fantástico en la narrativa a sus propios contenidos. Así, por ejemplo, consolida un estilo de cuentos disfrazados de policiales o reflexiones literario-filosóficas cuya resolución no consiste en la develación del secreto que, de forma racional, desestime las posibilidades inverosímiles o establezca la verdad sobre las realidades tratadas. Por el contrario, la solución aparente es atacada de maneras muy sutiles de modo que, antes de ser refutada por otro argumento, se desequilibre la base de la racionalidad con la que los personajes y los lectores llegan a ella. Esto lo expone bellamente Susana Reisz en su artículo «Borges: teoría y praxis de la ficción fantástica. A propósito de “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”».

Efectivamente, entre aquel cuento y el que nos convoca hoy, existen varias similitudes. En realidad, «La Trama», publicado en El Hacedor (1960), es una reflexión sobre los postulados de la poética borgiana y una exposición minimalista de los recursos literarios mediante los cuales esta se realiza. Este texto se viste de un comentario literario. Las citas a Shakespeare y a Quevedo tienen este objetivo, al igual que la frase en el segundo episodio: «estas palabras hay que oírlas, no leerlas» que aluden al proyecto de Hernández de construir el discurso del gaucho directamente, en forma de canto, en el Martín Fierro. Esta última frase también se conecta con la alusión al género trágico que comentaré en párrafos posteriores. De esta manera, Borges resalta e insiste en la literaturidad-ficcionalidad (Reisz 1981, 36) de sus textos. Con el mismo sentido avanza el título.

El otro recurso se lleva a cabo con el manejo del lenguaje. Consiste en usar la solemnidad de las palabras típicas de géneros altivos como la tragedia o la épica en contraste con la ominosa cotidianeidad de los hechos narrados, así como algunas intervenciones coloquiales. Esto se puede ver en «Abenjacán... ». Un eco de ese cuento es el uso del adjetivo lento en su significado antiguo en latín: «“distentido”, despreocupado”» (Reisz, 1981, 38). En este caso, se produce un oxímoron muy sugerente: «con tranquila sorpresa». Efectivamente, si se trata de un hecho que se repite ad infinitum, el asesinato del gaucho mayor no puede producir verdadera sorpresa.

En cuanto a lo temático, se puede destacar dos principales tópicos borgianos desarrollados en este cuento: la circularidad del tiempo y la indeterminación del concepto mismo de la identidad. La repetición de los hechos que le sucedieron a César, luego al gaucho y, en el futuro, a los personajes que vuelvan a sufrirlos en cuentos posteriores, se explica en base a una concepción de la realidad diferente a la linealidad del tiempo occidental moderno. El principio de la circularidad del tiempo, en el cual somos como personajes que repetimos las «tramas» de nuestros predecesores, es un tema bastante trabajado en la obra borgiana, y tiene sus raíces en tradiciones culturales distintas a la occidental.

Esta repetición circular, aunada a la desrealización a la que son sometidos los personajes y los acontecimientos, conduce al lector al siguiente punto temático: la indeterminación de las identidades. En varios cuentos de Borges, se sostiene un postulado varias veces calificado de intolerable dentro de los mismos: los seres humanos somos uno solo. El destino del hombre es repetir las sensaciones, sentimientos, pasiones, cóleras y decisiones que otro ya realizó, y prefigurar las de algún otro que está por nacer. Tremenda incoherencia desde el punto de vista occidental se basa en Nietzsche, una larga tradición teológica y filosófica en Occidente, y también en la mitología oriental. El propio Borges reflexiona sobre este punto en los textos reunidos en «Historia de la Eternidad» (1936).

Ahora bien, repetir historias que otros vivieron desestima los rasgos particulares de los personajes del texto. Aun más, presentar en paralelo los dos episodios, entre los cuales podría intercambiarse los acontecimientos sin que los respectivos resultados cambien, borra los rostros de los actores y los devuelve a su condición de actantes. Mejor dicho, de un solo actante de una misma fábula. Esta digresión narratológica conducen vertiginosamente al lector a percibir el sustrato íntimo del texto: Edipo, el hijo asesino de su padre. Y a una reflexión metaliteraria radical: solo hay algunos temas de los cuales se puede tratar en un cuento, y los creadores ya los han agotado todos, de modo que se dedican a repetirlos.

La re-actualización de la tragedia

Rene Girard reflexiona sobre la relación entre los mitos y la tragedia griega en su libro «La violencia y lo sagrado». En los relatos míticos, la muerte violenta de un personaje, calificado como el «chivo expiatorio», simboliza y ejecuta en sí misma la expiación de los males de la comunidad. En este individuo, se concentra el mal, de modo que, con el derramamiento de su sangre, se purifica el mundo. No obstante, Girard apunta que los relatos tradicionales griegos, como el de Edipo, por ejemplo, dejan de tener esta calidad ritual cuando se transponen a la Tragedia, cuyo nacimiento coincide con el reemplazo de las formas de sanción tradicionales de la tribu en la antigua Grecia, para dar lugar al sistema de la civilización regido por los códigos de justicia y sus instituciones administradoras.

En la Tragedia, dice Girard, ocurre siempre un «desciframiento parcial de los motivos míticos». Los delitos cometidos por los antiguos personajes del mito se convierten en errores trágicos que cualquier persona podría cometer, de modo que «todos los personajes se reducen a la identidad de una misma violencia». De ahí que las tragedias sean tan espectaculares cuando los errores son cometidos por varios personajes y el destino trágico persigue a todos ellos. Así, se termina de quebrar la figura del «chivo expiatorio» y la sospecha del mal se desconcentra, se derrama entre los demás personajes.

Asimismo, la tragedia subsume el contenido del mito, pero la escena y los participantes ya no son los mismos. Los asistentes a los blancos anfiteatros ya no ejecutan el asesinato ritual de un individuo, que carga sobre sí la culpa de todos, con la satisfacción de que se elimine el mal de su comunidad. Las sanciones tienen ya su lugar y su momento, y las ejecutan las instituciones encargadas, verificando la culpabilidad del individuo y castigándolo por su responsabilidad individual. Ahora, tienen una posición de espectadores y lo que ven en las puestas es arte, un artificio paralelo a la realidad.

Entonces, se produce la catarsis en la audiencia, un sentimiento no solo de sufrimiento y piedad ante las terribles escenas, sino también de alivio, gracias a esa distancia que Aristóteles describe en su «Poética». No obstante, se trata de un alivio momentáneo, contagiado de la fugacidad y ficcionalidad de la obra artística. El espectador griego sale del teatro tras experimentarlo, pero sabe que el mal no se ha agotado en aquel espacio ficcional de la puesta en escena.

El cuento de Borges reflexiona dinámicamente con la Tragedia, aunque da un paso más, que manifiesta su conocimiento de la transformación del mito que esta efectúa, y logra re-actualizarla. La carga con sus propios temas, temas contemporáneos, para que los lectores dejemos de observarla como una bella pieza antigua de museo y descubramos que nos puede volver a conmover.

En primer lugar, está clara la tragedia de César, quien es el padre simbólico de Marco Bruto y se ve reflejado en él, de modo paralelo a lo que ocurre con el gaucho y su ahijado. Si César es Bruto y el gaucho es su protegido, la tragedia del hombre es asesinarse a sí mismo. Esta contradicción se sobre el principio de un tiempo circular que disuelve las diferencias entre los hombres.

En segundo lugar, podemos afirmar que tanto el César de Shakespeare como el de Quevedo son el mismo hombre que el gaucho moribundo, e iguales son sus patéticos reclamos, cuyas «palabras hay que oírlas, no leerlas», como desde las gradas del anfiteatro. Con este recurso anti-racional, se completa la perfección del horror que Borges imprime a la historia trágica: todos somos Edipo. De hecho, el psicoanálisis había consolidado sus reflexiones sobre el tema para el momento en que se escribía «La trama» y esta estremecedora conclusión es solo una de sus repercusiones principales.

El destino, entonces, marcaría a los hombres debido a sus pulsiones más íntimas y a su propia condición humana. Debido a que ambos son factores comunes a todas las personas, su destino es idéntico. Aceptando ello, todas las personas son una misma persona. Como en «Abenjacán...», la capacidad de ser es absoluta y, al mismo tiempo, ninguna. La máscara es el verdadero rostro y la muerte, un anécdota, un acontecimiento no funcional, irrelevante, en la trama de la Historia Universal. El hombre se renueva constantemente, precisamente porque es el hombre, no los hombres.

Los espejos infinitos de la creación literaria

La frase conectiva «para que», ubicada en el inicio y al final del cuento, no solo concretiza en el lenguaje del texto la circularidad de los acontecimientos narrados. Aunada a los esfuerzos ya mencionados para enfatizar la literaturidad-ficcionalidad de lo narrado, resalta otro tópico: el proceso de creación literaria. Efectivamente, si los personajes sufren y mueren «para que se repita una escena», no solo se afirma la repetición de la fábula en diferentes historias, sino también la repetición del acto de repetir la fábula en diferentes historias.

Este es otro elemento importante en la narrativa borgiana, que Reisz subraya en «Abenjacán...»: el narrador se convierte en el verdadero sujeto de la historia. «Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías», dice nuestro texto, atribuyendo al hado la sucesión de los episodios. Pero vemos que los personajes no solo están en las redes del destino. Además, existen para el arte y el placer del escritor, que se identifica con el autor del texto literario. Pero si este ha citado a Shakespeare, Quevedo y Sarmiento, y afirma que en un futuro la escena que acaba de contar se repetirá, ello significa que habrá otro autor que recoja esta historia y la vuelva a escribir, con distintas palabras, quizás, pero con los ecos inevitables de la suya y de todas las anteriores.

De este modo, el autor queda imbricado en un similar destino al de sus personajes: él no está escribiendo la historia, sólo la recoge. No crea; más bien, recuerda. No es el verdadero autor del cuento, es solo un amanuense que lo copia y lo ilustra. Como en el soñador-creador de «Las ruinas circulares» (Ficciones, 1944), su acto es el mismo que el de Shakespeare y el de Quevedo, y su ingenio es un evento más en la conciencia de aquel (alguno, indeterminado) hacedor verdadero. Sus palabras ya las escribió o dijo alguien antes, y otro las citará de nuevo en el futuro. El autor es solo el eco de la voz de otro, el reflejo del hombre hermoso, no su rostro. Esta es la forma en que se hace literatura, de acuerdo con la ironía de Borges: crear ficciones sobre ficciones. En el artículo siguiente retomaré este tema y lo ampliaré a propósito de «La otra muerte» (El Aleph, 1949).

Bibliografía

Reisz, Susana. «Borges: teoría y praxis de la ficción fantástica; a propósito de “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”». Lima: PUCP, 1981
Girard, René. «La violencia y lo sagrado». Barcelona: Anagrama, 1998.
Aristóteles. «Poética» Madrid: Alianza Editorial, 2004.

24 de julio de 2009

El partido de revancha

Amagarle a la niña en scooter; correr fuerte, rápido. ¿Cómo podría mandar el pase? ¿Entre qué esquinas? Entre el perro y la canasta de la tía, entre el poste y el montículo de arena gruesa, debajo de ese auto o por encima. Despierta, estás en la calle. Aún no viene tu combi, pero la gente observa, ríe, come pequeños panes a 8 por un sol, ansiosa, pasajera. Si la pelota viniera por los aires, ¿cómo la recibirías? Con el pecho, seguramente, es la manera más elegante de parar un balón, según Zidane. Él podía acogerla de cualquier manera, ... aunque alguna vez se equivocó ¿o no?

No es una necesidad, menos un hobbie o un gusto. Tampoco una pasión, pues ello significaría que podría morir antes de dejar de jugar. Se parece a una obsesión, en el sentido de que, aun cuando no estoy jugando o no puedo hacerlo, mi mente maquina encuentros donde Chilavert es veinte años más joven y mis compañeros son estrellas de la selección de Holanda y de Perú en el mundial del 78. Y en medio de ellos, estoy yo, pidiendo el balón.

Un jugador con personalidad siempre tiene que pedir el balón, decía mi viejo. Si se queda entre los rivales, escondido bajo sus piernas, pues debería dedicarse a otro asunto. Mi viejo sí es un apasionado: va al estadio, grita, reniega y analiza cada partido de su equipo. Y critica siempre. Así entiendo yo su consejo futbolero: no callar, discrepar hidalgamente cuando el sentido común, la responsabilidad, la ambición de hacer bien las cosas, la ética o cualquiera de esas voces impertinentes tocan la puerta de la conciencia.

Son muchas frases como ésta las que mi viejo me repitió durante mi niñez y adolescencia, pensando que me servirían para cuando fuese un futbolista profesional. Aunque, en el fondo, contemplaba la posibilidad de que, en caso yo no llegara hasta la primera de la «U», pudieran servirme en la persecución de otros objetivos menos glamorosos. Así, cuando me atemorizaba ante alguna prueba o partido difíciles, me llevaba aparte y me decía: «Tú no eres más ni menos que nadie, acuérdate eso».

Yo no era mejor jugador que cualquiera de los otros, pero tampoco lo hacía mal. Esa frase me tranquilizó lo suficiente como para tomar las cosas con calma y hasta divertirme. Años después y ya retirado de las canchas amateurs, sus palabras me han ayudado en mi lucha para no «arrugar» ni «sobrarme» frente a otros rivales y en competencias a veces más duras; para no dejarme «bajonear» por uno que otro comentario amargo; para reconocer mis errores.

«Así tu equipo esté jugando muy mal, así se vaya “a la baja”, tú tienes que seguir adelante, tú siempre tienes que intentar jugar lo mejor posible»; otro consejo pelotero que ha tenido resonancias insospechadas. Años después, frente al estrés de las labores diarias, cuando el conformismo y el "ya, ya, así nomás déjalo" cunden a mi alrededor y me tientan, aquellas palabras me animan a esforzarme un poco más por hacer las cosas bien.

Mi viejo quería que fuera volante, un armador exquisito como Roberto Chale, y me entrenó duro y parejo para lograrlo. Jugué mucho tiempo de «seis», volante de marca; aunque siempre tengo un pequeño «diez» rebelde que se apodera de mí, para ir al ataque. He jugado en esas posiciones y todas las demás, excepto la de arquero. Pero Albert Camus sí fue un buen arquero, y aprendió muy pronto

que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha.

Además, amó a su equipo, como todos los jugamos con el corazón caliente, «no solo por la alegría de la victoria cuando estaba combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de cada derrota». Y aprendió como todos que en el verde, «cuando todo está dicho y hecho, un hombre es un hombre. ¡Difícil compromiso! Eso no puede haber cambiado, estoy seguro». Efectivamente, sigue siendo duro ser hombre, ahora que los géneros se reconfiguran, la mujer se independiza más cada día y nosotros nos volvemos más aéreos.

Pero no hemos cambiado del todo. Seguimos rompiéndonos los tobillos y machacando viejos uñeros por un instante de eterna satisfacción: el gol. Golpes y celebraciones que enseñan como los mejores maestros. Como dijo Camus:

después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol (Revista La Maga/Extra 1996).

Dicen que uno juega como vive. Fría, eufórica, calculadoramente. Dicen que dando un pase uno aprende a confiar. Que la solidaridad se bebe al defender a tus compañeros con garras y muelas. El liderazgo, al animar a los tuyos a vender cara la derrota. El miedo, al ser acorralado por barristas del club archirival. La vergüenza, al dejarse intimidar por un adversario que supo usar la «boquilla». Solo sabe uno enfrentarse al soberbio espejo con la vara de la verdad, luego de haber arruinado torpemente una «trampa del off-side». Y a experimentar el vacío del yo, mientras se llora al quedar eliminado porque uno —nunca tan uno— falló el penal decisivo.

No negaré la violencia ni el racismo. Tampoco los oscuros negocios que se tejen tras las tribunas. Pero en las pichangas de barrio, los complejos deportivos, la Cancha de los Muertos en Chorrillos, —como dijo Maradona tras pedir perdones— «la pelota no se mancha». Lo saben los escritores más queridos, como Julio Ramón Ribeyro, Eduardo Galeano y Mario Benedetti.

El peruano era hincha de Universitario de Deportes. En un conversatorio organizada por el Club de Lectores de la PUCP, celebrado el pasado jueves 21 de mayo en el Auditorio de Humanidades, sus hermanos contaron que solía ir al estadio con ellos y su padre a alentar al equipo de sus amores. Su admiración por Francia incluía a la selección gala, pero nunca dejaba de alentar al Perú, y escribía desde París comentando el avance de la blanquirroja en las eliminatorias.

Una vez, luego de una pichanga en la que fue protagonista, se lamentó de haber metido un gol maravilloso, pues pronto «sería olvidado por un grupo de peloteros borrachos», únicos testigos de su momentánea genialidad con el balón. Fue muy aficionado a este deporte y, de hecho, tiene un cuento sobre fútbol, el cual comentaré en un próximo blog.

Por su parte, el primero de los uruguayos, Galeano, comenta que

Uno puede capturar la dicha perdida del deporte —cómo danza el balón— en terrenos vacíos, en pastizales, improvisados campos de fútbol. Yo suelo hacerlo, camino alrededor y me detengo a ver a los chicos que juegan sólo por jugar, sólo por la pura dicha del juego y no porque tienen una obligación de ganar. (Sánchez 2008. Traducción mía)

El recientemente fallecido Benedetti, quien fuera arquero y periodista deportivo, recordaba el primer mundial de fútbol, aquel que ganó su Uruguay:

mi padre me llevó para el estadio y no pudimos entrar porque estaba todo agotado, y entonces me llevó a un café de la avenida 18 de Julio y lo oíamos por la radio, porque en aquella época no existía la televisión, y por la radio oímos el partido y como fue la cosa. (Ojos Rojos 2009)

En la radio, antes de la TV de Messi y los toques del Barza, yo escuchaba los partidos de la Copa Libertadores, cuando aún no llegaban a Lima vía Fox Sports. Con mi viejito, extasiados, oíamos la voz emocionada del locutor gritando que el “Gato” Purizaga le atajaba un penal a los extranjeros; aquella noche fue inolvidable. Luego, tras otros partidos menos felices, la «U» sería eliminada.

Mi viejo, que hasta hoy juega todos los sábados y domingos con sus amigos del barrio —el mismo de su infancia—, me dijo tras ese último y fatal encuentro que no me entristeciera, que el fútbol siempre da revanchas. Hoy, ante algún autogol que meto en otras canchas, una derrota categórica y otras injustas, cada error de algún árbitro desprovisto del clásico silbato, recuerdo sus palabras y pienso que en la vida siempre hay un partido en el que te puedes reivindicar, sobre el verde gras de la esperanza. Como en el poema de Benedetti dedicado a Maradona:

Hoy Tu Tiempo Es Real

Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa
Y aunque otros olviden tus festejos
Las noches sin amos quedaron lejos
Y lejos el pesar que desalienta.

Tu edad de otras edades se alimenta
No importa lo que digan los espejos
Tus ojos todavía no están viejos
Y miran, sin mirar, más de la cuenta

Tu esperanza ya sabe su tamaño
Y por eso no habrá quien la destruya
Ya no te sentirás solo ni extraño.

Vida tuya tendrás y muerte tuya
Ha pasado otro año, y otro año
Les has ganado a tus sombras, aleluya.
(Citado en Poemas del Alma 2006)

Fuentes:

POEMAS DEL ALMA
2006 «Hoy tu tiempo es real». En Poemas al fútbol.
http://www.poemas-del-alma.com/blog/especiales/poemas-al-futbol. Visita del 5 de junio de 2009

OJOS ROJOS
2009 «Ojos Rojos Conversando con Benedetti: “El fútbol en blanco y negro”». En
Documental Ojos Rojos.
http://www.documentalojosrojos.com/2009/05/ojos-rojos-conversando-con-%20mario.html Visita del 5 de junio de 2009.

REVISTA LA MAGA/EXTRA
1996 Albert Camus y el Fútbol. En «La página del Profesor Jorge Alberto Socin».
http://www.geocities.com/Colosseum/Loge/6080/Camus.html. Visita del 5 de junio de 2009.

SÁNCHEZ FREULER, Sebastián
2008 «Eduardo Galeano and Mario Benedetti: futbol in black and white». En Americas (English Edition).
http://findarticles.com/p/articles/mi_go2043/is_3_60/ai_n29430346/. Visita del 5 de junio de 2009

15 de julio de 2009

Blogs amigos

Hace un par de meses me escribió un lindo mensaje una amiga muy querida, Susana Prado. Vivimos a menos de tres cuadras de distancia pero casi nunca nos vemos. A veces, nos encontramos en el micro y conversamos abiertamente. Dice que soy uno de sus amigos "raros", mientras una sonrisa se me dibuja en el corazón. En el mensaje me daba la dirección de su blog, cuya primera entrada me ejerce una elegante persuasión : http://ovillodeariana.blogspot.com/

El siguiente blog le pertenece a un dibujante dedicado a su arte con todas sus fuerzas. Se trata de Renso González, amante y creador de cómics, y director de una de las revistas independientes más interesantes de nuestro medio: Carboncito. En ella, Renso publica a los nuevos valores de este arte, peruanos y extranjeros, así como a viejos caninos como David Galiquio —más conocido por el nombre de su personaje, "Lito el Perro"—; este último, mi favorito. Es una revista variada y sumamente divertida, a la cual pueden acercarse a través del blog. Aquí también pueden enterarse de las últimas noticias sobre la movida "fanzine", como la Primera Muestra Independiente y la fiesta profondos correspondiente: http://carboncito.blogspot.com/ .
El último le pertenece a un activista por los Derechos Humanos, Wilfredo Ardito, reconocido profesional, profesor de la Facultad de Derecho de la PUCP. Sobre todo, este excelente blog se dedica a denunciar y promover acciones prácticas contra el racismo. Tiene datos precisos y reflexiones sobre el tema que nos interpelan. Asimismo, orienta sobre cómo luchar contra este mal social en distintos ámbitos académicos, profesionales y políticos La dirección es: http://reflexionesperuanas.blogspot.com/

21 de junio de 2009

Luchadoras de la vida

“¡Viva el Perú! Gracias por acompañarme esta noche y este titulo va para todos los pobres del Perú, a esas personas luchadoras de la vida”, (El Comercio, http://www.elcomercio.com.pe/noticia/303587/kina-malpartida-dedico-este-triunfo-mas-pobres-luchadores-todo-peru-mi-padre). Estas fueron las palabras de Kina Malpartida segundos después de caer a la lona.

Sí, como recordaremos siempre quienes vimos la pelea por televisión (y los afortunados que asistieron al Dibós), la campeona mundial cayó al suelo. Pero no por un cruzado de su ocasional retadora, sino por la emoción que la invadió al ver que su sueño se confirmaba, que había escrito la página más alta del boxeo nacional. Llorando, Malpartida recordó a quien le heredó su ahora imborrable apellido. Y también debe de haber rememorado todo el esfuerzo que le costó llegar a donde está.

Fuente de la foto: http://www.kinabox.com/web/galeria-diversa.htm

Mientras veía el combate, sentía que me acompañaban Irene (la mano siempre abierta), Adela (la de fuego en el alma), Teresa (horno del pan de cada día), María Paula (la de los pies de música). Todas esas mujeres que me dan razones de vivir cada día.

Su dedicatoria revela el corazón sincero e inagotable de esta guerrera que ha confirmado una vez más la enorme valentía de las mujeres peruanas. Tanto tenemos los varones de estas tierras que aprender de ellas, de su tezón y su generosidad. Gracias por luchar tanto, Kina, gracias por inspirar nuestras luchas.

(Pueden ver el último round y la exultante celebración en http://www.youtube.com/watch?v=uA_JGj3zjHg)

24 de marzo de 2009

La marca de la esperanza

En la película «La teta asustada», de Claudia Llosa, la presencia de la muerte —de varios tipos de muerte— es tremendamente fuerte. Es el oponente mayor de la protagonista, su principal rival, y se presenta de maneras sumamente crueles y pertinaces. La percibimos con terrible claridad en la primera escena, en que la madre canta la espantosa violencia que tuvo que sufrir cuando fue violada y obligada a comerse el pene de su esposo asesinado, en el contexto de la guerra interna que sufrió el Perú no hace más de 20 años. Sentado en la negra sala, nunca tan oscura, recordé los numerosos testimonios de víctimas del terrorismo y las FF.AA., recogidos en el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y otros trabajos. Lo que más me impresionó, paradójicamente, es que el episodio narrado en la película, a la luz de esos documentos, no me pareciera, en lo absoluto y a pesar de su gran carga poética, un hecho ficcional exagerado. Era extremadamente real.


Como nos recuerda el padre Gustavo Gutiérrez en «Entre la experiencia y la esperanza del Perú»[1], en aquel Informe Final se refieren «dos escándalos contra los que hay que luchar para que no se repitan: el asesinato y el maltrato de tantos, especialmente entre los más pobres e insignificantes, y la indolencia de la mayoría de la población. Todo esto, qué duda cabe, ha dejado una marca muy fuerte en nuestro país» (2004, 44). Esta marca hereda Fausta, dicen sus familiares, a través de la leche que lactó en su primera edad, y el legado de aquella indiferencia la sufre en el egoísmo de la señora pianista, luego del éxito del concierto. La traición de esta mujer, aunque enmarcada dentro de un contexto de desequilibrio psicológico, no deja de ser sugerente sobre las actitudes que los pertenecientes a la cultura limeña tenemos con respecto a los peruanos que viven o migran desde la sierra y la selva. Su actitud es egocéntrica, y busca expulsar de su propia historia de frustración, progreso y creación, la influencia de una persona considerada inferior por una serie de prejuicios ancestrales que arrastramos como una pesada mochila en cada calle, en cada esquina. El objetivo de obligarla a salir del auto es hacer como si no hubiese participado en la concepción de la hermosa pieza; es más, como si nunca hubiese existido.

En medio de este panorama de hondo pesar, encontramos también a gente que acompaña a la protagonista de forma fiel y cercana, como su tío y el jardinero, así como a personas que evidencian una gran alegría, como sus primos, y los niños que bailan y juegan. Son las ganas de vivir de la gente en medio de lo que consideramos comúnmente como «pobreza», un término relativo una vez que observamos las actitudes de los diferentes personajes de la película. Como dice el tío en la fiesta del matrimonio: «A pesar de todo, la vida tiene cosas maravillosas». Esta presencia que, por momentos, parece solo el fondo de un cuadro en el cual el dolor de Fausta se ahonda y la aísla, es otra marca, opuesta a la experiencia de dolor mencionada anteriormente. Es la marca de la esperanza.

Siguiendo a Gutiérrez: «simultáneamente al maltrato al que ya he hecho referencia, en medio de los pobres está presente, asimismo, la alegría de vivir, de hacer proyectos, la increíble capacidad, profundamente humana, de nuestro pueblo, de enfrentar con esperanza las vicisitudes de la vida» (2004, 44-45). En la generosidad del jardinero, la comprensión y la paciencia del tío, en la belleza de la música que ella misma ha inspirado, Fausta va redescubriendo el valor de su propia vida. La experiencia del dolor la sumió en un estado de depresión que la hacía ver en cada hombre a los violadores y asesinos de sus padres. Pero la esperanza que le inspira el presente, con la gente que la ayuda, la hace cuestionar íntimamente si acaso su destino sea distinto a la simple repetición de las tragedias de su madre.

Es en este lento despertar que Fausta reclama por sus perlas en quechua, y su reclamo va más allá de aquel episodio amargo. Es un reclamo en contra del dolor que ha tenido que encapsular en su cuerpo y la ha consumido hasta anularla como ser social. En su insondable soledad, Fausta encuentra un motivo por el cual gritar y protestar. Es el punto crítico de un despertar que se inició con la amistad del jardinero y que se desata con el ahogo que casi le provoca su tío en la noche del matrimonio. «¿Ves cómo respiras?», le pregunta el tío, «¿ves como quieres vivir?», le grita, rogándole que regrese de la muerte que la tenía atrapada, que dormía bajo su cotidianeidad, como el cadáver de la madre escondido bajo la cama.

Quisiera volver nuevamente al hermoso artículo del Padre Gutiérrez para explicar la actuación de la esperanza en el camino de Fausta. Él también hace referencia a una película, «Río Místico» de Clint Eastwood, en que los personajes también se conducen motivados por el trauma y el dolor en un círculo de «fatalidad ... un destino ineluctable al que no pueden escapar. Hay algo de tragedia en una situación que se impone a todos. En esa camisa de fuerza los personajes discurren por sendas predecibles. Es un mundo sin esperanza y, por consiguiente, sin libertad; en él, la esperanza significaría una ruptura, la afirmación de que las rutas no están trazadas de antemano es posible. La esperanza nos devuelve a la libertad, a la convicción de que podemos tomar la vida en nuestras manos» (2004, 34-35).

Luego de que Fausta entierra a su madre a orillas del mar, la pantalla se oscurece y parece que la película hubiese terminado. Pero vuelve a iluminarse. Estamos ahora en el techo de la casa de Fausta en las alturas de un pueblo joven, en un cerro de Lima. Allí una niña le enseña a un niño a zapatear y bailar con la alegría de sus mayores. La niña es quien le avisa a Fausta que la buscan. En este hermoso final, es la alegría de una nueva generación que conserva y vive la energía del baile andino quien llama a la protagonista a abrir la puerta de una nueva vida, como la amistad del jardinero y el amor de su tío la han reclamado desde la orilla de los vivos. Lo que encuentra afuera es un hermoso símbolo de esperanza, la constatación de un presente plenamente vivo y la promesa de un futuro distinto, quizás de un romance, quizás de una familia. Un regalo que encierra, en su humildad, un silencioso aroma de esperanza y de libertad.

[1] GUTIÉRREZ, Gustavo
2004      «Entre la experiencia y la esperanza del Perú». En Gustavo Gutiérrez. Profesor emérito del Departamento de Teología. Lima, Cuadernos del Archivo de la Pontificia Universidad Católica del Perú. 

-Vean el tráiler de la película en: http://www.youtube.com/watch?v=hAxBkfBBTTI
-Y el artículo del Padre Gutiérrez en formato digital en: http://revistas.pucp.edu.pe/ojs/index.php/summa/article/view/39/45

12 de marzo de 2009

¿Racismo? Conmigo no es

En el programa de televisión “Enemigos Íntimos”, edición del 05/02/2009, se discutió acerca de la publicidad racista, a raíz del lanzamiento por Internet y en toda Latinoamérica, de la reciente campaña del Instituto de Idiomas Berlitz, diseñada por Leo Burnett. Podemos ver el reportaje en http://www.youtube.com/watch?v=qk6PIQL6bsY. Lo que deseo ahora discutir es la opinión de uno de los entrevistados, Gustavo Rodríguez, director de una prolífica e importante agencia de publicidad peruana, Toronja.

Rodríguez afirmó que la Publicidad no tiene la culpa de que exista el racismo en la sociedad, puesto que no es más que un reflejo de los prejuicios y estereotipos que hay en ella. Luego, se le recordó la polémica generada por dos trabajos de su empresa: el comercial “Yungay” (http://www.youtube.com/watch?v=ixoLN1NVolgy) y el afiche del Encuentro Latinoamericano de Cine de Lima de 2007 (http://utero.pe/2007/08/06/festival-de-lima-toronja-y-racismo/). Sobre el primero, señaló que ya había saldado su “deuda” con quienes lo criticaron, al realizar una campaña “para que los vigilantes sean enaltecidos, para levantarlos”. Sobre el segundo, apuntó que su compañía había tenido una lectura del afiche “que nadie vio”, pero que había surgido otra diferente. Sobre este último caso, las críticas se centraron en la presentación de un personaje de tez mestiza alejándose del cine, sin rostro, como parte de un paisaje “pintoresco” en combinación con el microbús del fondo, para el lucimiento de los actores que acuden a la sala, todos de raza blanca.

Que la publicidad no inventa el racismo es bastante evidente. Este problema tiene orígenes ancestrales y sus formas son múltiples, por lo que es imposible que un grupo de empresas formadas en la segunda mitad del siglo XX pueda haberlo originado. Pero lo que hizo Toronja con “Yungay” fue aprovecharse del racismo para promocionar un producto, al tiempo que difundía los prejuicios raciales y reproducía el imaginario racista. Nuestros actos no son aislados, tiene una conexión con la Historia. Reconstruyen o discuten las ideas que heredamos y las proyectan hacia el futuro. Para comprobarlo, basta recordar cómo se puso de moda el apelativo “Yungay” entre niños y adultos, para llamar a los guachimanes y a todos a quienes se quisiera calificar despectivamente como “cholo” o “serrano” y, en asociación, como ignorante. La publicidad no crea el racismo, pero puede consolidarlo.

Por otra parte, Toronja reconoce que no se percataron de que pudiese surgir una polémica acerca de la figura que está de espaldas en el afiche de ELCINE 2007. Esta falta de sensibilidad puede explicarse como el resultado de una constante y reiterativa negación del problema, así como de la participación de la empresa y de sus integrantes en él. Al considerar que la publicidad no inventa el racismo, que es solamente un espejo de la realidad, se niega la existencia tanto real como material del espacio simbólico que configura nuestra manera de entender la realidad y relacionarnos con los demás. Este espacio simbólico está formado por los discursos de todo tipo, como las obras literarias, las películas y los spots, mediante los cuales nos expresamos y representamos la realidad. Como productores de discursos, los publicistas, como los literatos, reconstruyen las concepciones sobre lo que significa ser peruano día tras día. Por ello mismo, este terreno es tan propicio para cambiar dichas ideas o reforzarlas.

La estrategia de la negación es el principal recurso para velar el racismo en nuestro país. En el caso de haber cometido un acto discriminatorio, se usa para no ser descalificado por el discurso políticamente correcto, puesto que en un ambiente profesional competitivo como en el que se mueven Toronja, mis lectores y el que escribe, puede traernos serios problemas. Por otra parte, si reconocemos que alguna vez nos han discriminado, corremos el riesgo de hacernos visibles dentro de las categorías racistas. Es decir, aceptamos tener rasgos que se consideran feos, inadecuados o atrasados, ya sea en nuestro aspecto físico o en nuestras costumbres. Esto, en una sociedad que registra incansablemente las cualidades mediante las cuales jerarquiza a las personas, y en donde el racismo late, muchas veces, con más fuerza que criterios como la consideración de la habilidad o la responsabilidad, es sumamente peligroso.

En “Nos habíamos choleado tanto” (Universidad de San Martín de Porres, 2007), Jorge Bruce escribe que ninguna sociedad está libre del racismo, ya que es una manera de relacionarse entre los grupos sociales para establecer diferencias entre ellos, así como reforzar la cohesión interna de cada uno. También afirma que se trata de un principio que influye en nuestras relaciones como peruanos, pero que actúa de forma inconsciente. Es decir, mientras nuestros discursos públicos se plantean como tolerantes, modernos y anti-discriminatorios, nuestros actos pueden ser todo lo contrario. Es por ello que se manifiesta en las situaciones cotidianas consideradas normales o inofensivas, cuando estamos menos preocupados de ello, como pueden ser la producción de un segmento de 30 segundos o el diseño de un afiche a colocarse en la entrada de un cine. El argumento del “descuido” en el caso de ELCINE 2007 y el de considerar que la publicidad no influye en la pervivencia del racismo operan dentro de este mecanismo de negación y ocultamiento.

Pero Bruce también subraya que las sociedades se distinguen por el grado de tolerancia que tienen frente a las acciones racistas. En ese sentido, el primer paso para combatir esta tara es reconocer que existe y promover su reconocimiento en nuestro grupo social. Asimismo, debemos, como sociedad y como familia, como barrio y como empresa, reforzar las instituciones y mecanismos que eviten la propagación y consolidación de sus prejuicios, y sancionen a quienes los ponen en práctica. Es preciso encarar la realidad, hacer visible lo que se quiere esconder detrás de la burla y el mercantilismo, reconocer los errores y enmendarlos, como bien lo ha hecho Rodríguez con respecto al tema “Yungay”. Saquémosle un poco de punta a nuestra sensibilidad como dibujantes y publicistas, pero también como profesores, empleados y amas de casa. Quizás esté en las manos de los nuevos publicistas realizar este cambio en su terreno, pero también es una responsabilidad de todos, en cada uno de los ámbitos en los que nos desarrollamos.

-Una nota al respecto de la campaña de Berlitz en <http://lahabitaciondehenryspencer.com/2009/03/04/videopublicidad-racista-de-berlitz/
-Una respuesta paradójica de Toronja con respecto al afiche ELCINE 2007 se puede leer en http://www.cinencuentro.com/2007/08/06/festival-de-lima-2007-toronja-responde-sobre-el-afiche/
-Un comentario interesante sobre el afiche es el de Alfredo Vanini en http://www.cinencuentro.com/2007/08/06/festival-de-lima-2007-analizando-el-afiche/

El cine y ella

Soy un solitario. No quiero decir con esto que no me gusta la gente o que no disfruto de las reuniones. Al contrario, soy muy feliz con una buena conversación o un baile con los amigos. Me refiero a que no ando en «manchita», ni salgo constantemente con las mismas personas, ni voy a tomar algo de vez en cuando con cierta gente. Dejo al azar la ocasión de mis encuentros y casi nunca llamo a alguien por su cumpleaños. Cada mes o cada dos meses me comunico con los amigos que no veo y converso largo rato con ellos. Pero no acordamos una cita, ni planeamos un fin de semana juntos.

Me identifico más con el jaguar en las sombras o la serpiente en el húmedo suelo que con el murciélago coreográfico o las gaviotas geométricas. Araña en el rincón, espero lo necesario para compartir un café. Pueden pasar meses o años y cuando te vea, amigo, conversaré contigo como si nos hubiésemos dejado ayer. Reconozco que, en esta espera, es imposible disimular la melancolía de algunos parques abiertos, los atardeceres desde el techo, y las lecturas que me conmueven y no puedo contar a nadie. No obstante, dos cositas me han permitido sobrevivir a este esporádico deshielo.

Primero fueron las películas. He ido al cine solo muchas veces, porque no tenía compañero a la mano o porque me daba demasiada pereza llamar a alguien y quedar con él. Además, cuando voy solo, puedo reírme al volumen que me plazca, dejar de comprar canchita en la tienda —casi siempre escondo una empanada o algo similar en la mochila—, sentarme a la distancia de la pantalla que mi capricho dicte, quitarme los zapatos sin que se dé cuenta un alma, observar impudoroso a las hermosas actrices, hablar bajito como si el personaje me escuchara, quedarme con la boca abierta por varios minutos, sorprendido por un giro inesperado en la trama o por la belleza de la fotografía.

Luego llegó mi enamorada, con quien camino desde hace tres años. Me he enamorado de ella en diversos momentos. Uno de ellos fue en nuestra segunda salida como amigos, cuando fuimos a ver «Con ánimo de amar», de Wong Kar-wai. En el clímax de una de las muchas estratagemas de los amantes por ser quienes deseaban ser, volteé a mirarla y allí se encontraba. Pequeña, silenciosa y transparente, su aparición me reveló un profundo lago de sensibilidad y cariño. Era una lágrima con aires de saeta.



Desde entonces, ir solo al cine ha tenido un gusto pálido. Es que sus brazos en esa sala oscura son una sábana tibia para soñar. Y luego de la función, mi amada habla conmigo, recoge mis palabras y las mezcla con harina, leche, huevos y fresas, para batirlas y hornearlas hasta que se conviertan en un pastel de estreno. Transforma mi soledad, mis miedos y mis esperanzas en ingredientes de su dulzura y me hace esperar hasta que esté lista para dármela a probar.

31 de enero de 2009

El viento y la espera

viento que derramas cada noche
botín de la lúcida batalla
algún aroma calla en tu cabello
amor, distraído niño
tropieza con sus propios juegos

lado flaco del pie bajo la arena
lomo gris del desierto vigilante
aguardo tu voz entre las dunas
cada noche llega zigzagueando
promesa de mar
bruma de espera

13 de enero de 2009

El regreso del lapicero azul

En ocasiones, los profesores de redacción en las universidades establecemos un severo silencio entre nosotros y los alumnos al corregir sus evaluaciones con anotaciones agrestes, tales como “¡pésimo!” o “¡muy mal!”, tan categóricas en su propia formulación que excluyen la réplica. El alumno entiende que su texto no solo contiene errores que tendrá que adivinar tras esas inscripciones, sino que es especialmente desagradable a nuestros ojos. Esta situación puede producir un cortocircuito difícil de reparar.

De acuerdo con algunos colegas, dichas notas pueden atizar la ambición por tener un mejor desempeño en la siguiente evaluación. No obstante, creo que puede funcionar con ciertos estudiantes, mas no con un porcentaje respetable. Cada uno de ellos tiene una personalidad particular y algunos no podrán transformar la frustración en energía, porque se trata de un delicado proceso en el que se ven implicados factores como el desarrollo emocional, la experiencia y la capacidad de trabajar bajo presión.

Oigo la voz de amigos docentes: «practicar la psicología corresponde a la escuela, donde las dificultades en el estudio ya deben haber sido tratadas para que el alumno se maneje con eficiencia en la universidad». Sin embargo, me queda una objeción contra estas apostillas. Hace poco rendí una evaluación escrita, en la cual tuve que luchar duramente para lograr una adecuada organización de las ideas en mi respuesta, precisamente, un tema cardinal del curso que enseño.

Fui evaluado en un nivel de exigencia más alto, pero me enfrenté a uno de los principales retos de un examen, que los jóvenes a quienes instruyo también tienen que sortear. Esta experiencia me ha permitido identificar algunos puntos en los que debo trabajar para mejorar mi propia redacción.

Siendo profesores, nuestros conocimientos, estrategias y habilidades están en constante formación, enriquecimiento y, ocasionalmente, evaluación; es decir, aún somos alumnos. En este camino, aprendemos de nuevos errores y desafíos; por ello, debemos reconocer que la corrección de un examen es una oportunidad idónea para alcanzar al alumno las indicaciones precisas para mejorar sus textos, un espacio fértil para enseñar.

En conclusión, nuestras anotaciones deben ser claras, mas no agresivas. No estoy sugiriendo la suavidad al momento de calificar: la cortesía no suprime la coherencia al determinar la nota. Solo nos invito a propiciar un diálogo más abierto con nuestros estudiantes, quienes inician la senda por la cual aún marchamos. Usemos con prudencia el lapicero rojo y no olvidemos al lapicero azul, maestro que compartimos con los alumnos, que nos enseña tanto como nos equivocamos empleándolo.

3 de enero de 2009

Disfraces

Eduardo es afroperuano, se está iniciando como cantante de hip-hop, viste a la manera de los músicos de ese género y cree en la necesidad de "crear disturbio". Ayer contó un episodio que le ocurrió en una fiesta en Cusco: luego de darle la mano, los otros jóvenes se recomendaban revisar si aún conservaban los cinco dedos. Eduardo "chancó" a dos de ellos para que dejaran de molestarlo. El racismo es un "todos contra todos" en el que los triunfos son efímeros y los perdedores tendrán su revancha, como el fútbol.

De hecho, el fútbol es un espacio donde el racismo se explaya con mayor libertad. Yo aprendí a ser hincha de Universitario de Deportes mientras jugaba en las calles de La Victoria, donde vivía mi abuela, distrito plenamente identificado con el clásico rival, Alianza Lima. Mientras corría en una vieja quinta, asimilé el primer axioma de mi corta edad: los blancos (o los que parecíamos blancos) éramos de la U, mientras que los negros (con todas sus variantes) eran de Alianza.

Los de la “U” éramos guerreros, ganadores, orgullosos; los de Alianza, flojos, con pinta de "choros", pobres. Había que cuidarse, pues cualquiera podía cruzar esa fina cuerda y contaminarse. Aquellas veredas fueron arduas para mi adolescencia, pues tenía miedo de que me roben y me golpeen, y me perturbaba el color de la piel de la gente que andaba a mi lado. Intentaba pasar desapercibido: un chiquillo blanquiñoso era presa fácil.

Julio Ramón Ribeyro también fue hincha de la “U” y escribió uno de los cuentos peruanos más representativos de nuestra cultura: Alienación. En un clásico artículo (“Apología de Bob López”. Ius et veritas 11 (noviembre 1995): 189-208.), Guillermo Nugent revindicó el derecho del protagonista de dicho relato a vestirse y convertirse en quien le parezca mejor. Asimismo, señaló que la mirada que ve en él a un "alienado" es un síntoma del racismo que pervive en el narrador-personaje y quizás en los lectores: los ojos de la fiera enjaulada que perciben la realidad dividida por barrotes de hierro.

Pienso en cómo el color de mi piel ha influido en la construcción de mi identidad y mi manera de experimentar la vida. Hasta hoy, ser más blanco que mis padres me ha generado cierto placer frente al espejo, junto a un sentimiento de culpa oscuro, pegajoso. Mientras jugaba en el barrio de mi abuela, aprendía a sentirme superior y amenazado. A pesar de mis estudios y mis reflexiones sobre el tema, aún me cuesta trabajo distanciarme del miedo, neutralizar la soberbia, para ver las cosas con claridad.

Mi abuela se ha mudado a un barrio más tranquilo y me ha pedido que lleve un encargo para un amigo de la familia que aún reside en La Victoria. Al volver a esas calles, percibo el temor de años atrás, aquel temblor en los ojos y mi cabeza empezando a inclinarse. Con esfuerzo alzo la frente, paseo la mirada y sigo caminando.

1 de enero de 2009

¿Para qué literatura?

Hace algunos años inicié mi búsqueda de sensaciones y placeres en los libros, soñando con ser escritor de novelas y poemas. En el camino encontré tantas cosas ... el calor en la palma de la mano (Los ríos profundos), los ojos de las niñas tras las paredes (El proceso), el vidrio estallando en la nada (La ciudad y los perros), el fino ardor en la garganta y la conciencia (Carta a una señorita en París), las ásperas figuras en la piedra (La Comedia), la piel de las uvas (Poema V), el hedor de la joven bajo las moscas (El zorro de arriba y el zorro de abajo), el rosa desapareciendo en las paredes (Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto).

Hoy me sigo preguntando: ¿deseo realmente dedicarme a la literatura? Intuyo que la respuesta no está solo en aquel sueño adolescente de ser escritor en una casa de madera frente al mar de cualquier playa. Tampoco en la luna llena de la playa real, en las noches en vela de mis dieciséis años. Ni en el vino en las copas de mis compañeros de facultad bebiendo añejos poemas de Neruda, o en los rincones de la habitación mimetizados con los jardines de Borges.

Tal vez intento justificar un oficio que, en diversas ocasiones, con la palabra o con el arco de una ceja, ha sido calificado de frívolo e inútil, pero que, en realidad, es enormemente restaurador y luminoso. En la fría noche de la duda, en el invierno infernal de la culpa, en el discurso de la plaza pública, la literatura no corta en dos las mentiras ni revela las verdades irrefutables. No es el final, tampoco la ruta: es el bastón del ciego, el guía entre senderos nuevos y conocidos.

La escritora estadounidense Susan Sontag, en su discurso de agradecimiento al recibir el premio Príncipe de Asturias, afirmó que «Las actividades literarias (la escritura, la lectura, la enseñanza) son una vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple carrera, una profesión, que se sujeta a las nociones comunes de "éxito" y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje» (Tomado de: http://www.elortiba.org/sontag.html#Los_valores_de_la_literatura_ Visita del 01.01.2009).

Abrir caminos para encontrarnos con los demás. Con sus manos, sus miradas, sus palabras. Y en ese contacto, toparme conmigo, mis temores, ignorancia y esperanzas. Así concibo y me concibe la literatura.